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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Memoria del horror

ESTA PRIMAVERA está marcada por toda una cadena de actos conmemorativos relacionados con el 500 aniversario del final de la II Guerra Mundial y con ella, de los horrores del nacionalsocialismo. Culminarán en la celebración en varias capitales europeas de ceremonias en recuerdo de la rendición incondicional de los ejércitos hitlerianos los días 8 y 9 de mayo.Pero los actos que concitan mayor emoción, y con seguridad los de más relevancia simbólica, son aquellos organizados en recuerdo de la liberación de los diversos campos de concentración y exterminio que, más que las dimensiones de la contienda y los medios modernos empleados en las batallas, caracterizan al terrible régimen nacionalsocialista finalmente derrotado. Ayer fueron los supervivientes de Buchenwald los que se concentraron en el escenario de. su horror personal y colectivo. Para recordar.

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"El totalitarismo el principal enemigo de la memoria"

Recordar a los allí muertos, pero ante todo para llamar a todos los vivos a recordar lo allí sucedido. Porque el ' recuerdo de esos infiernos que los hombres fueron capaces de crear para la tortura y el exterminio de sus semejantes son nuestra principal arma para luchar contra la reincidencia. Sólo la memoria es capaz de movilizar las conciencias contra esos mecanismos de deshumanización que el nazismo hizo funcionar, con diabólica perfección hasta tan sólo semanas y

días antes de su total derrota militar.

En los actos de ayer habló un español, Jorge Semprún, cuya vida es un rico testimonio de muchas de las tragedias que han marcado a este siglo sangriento en Europa. Y habló Semprún contra toda "tentación de una terapia de olvido" porque "está prohibido callarse", como dijo otro superviviente de los campos nazis, el premio Nobel de la Paz Elie Wiesel.

Hace ya 50 años, tan sólo 50 años, del fin del mayor experimento criminal de la historia de la humanidad. Aún viven muchos para contarlo, marcados por la deuda -que sólo los supervivientes entienden- contraída con sus compañeros por no haber muerto como ellos y por el deber que muchos se impusieron de conjugarla con la memoria. Pero cada vez son menos. Y cada vez más las generaciones que crecen en peligrosa ignorancia e indiferencia ante lo entonces sucedido.

Tan sólo 50 años después, cuando el eco del "¡nunca más!" del filósofo alemán Theodor W. Adorno apenas se ha apagado, ya tenemos de nuevo en Europa mensajeros del odio que llaman a matar o expulsar al vecino sólo porque es distinto, y vuelven a rodar los trenes de mercancías con seres humanos, deportados, despojados de todo, arrancados de sus hogares, por el mero hecho de ser diferentes. Vuelve a haber campos en los que se mata en nombre de una raza, patria o religión.

La lucha contra la deshumanización del fascismo y el racismo es en gran parte una actitud íntima, porque es en las oscuras simas de la conciencia del hombre donde se gestan miedos y odios que pueden conducir al crimen. Pero mantener la guardia alta y la movilización de la sociedad contra los explotadores de estos sentimientos es una cuestión política y cultural. Y la memoria, de los crímenes del nazismo, de las víctimas, de los verdugos y de la indiferencia cómplice de tantos, es nuestra aliada. No por casualidad, todo totalitarismo tiene en la memoria de los hombres y los pueblos su enemigo capital. Transmitiéndola podemos impedir que generaciones futuras tengan que hacerse sobre nuestro tiempo la pregunta que desde hace 50 años planea sobre este continente: "¿Cómo fue posible aquello?".

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