Mágico fado
El Salón de Columnas del Círculo de Bellas Artes se abarrotó en los dos recitales que ofreció Mísia el sábado. La cantante hispanolusa se está convirtiendo en una artista de culto cuyo embrujo corre de boca en boca. Sale al escenario vestida de enigma, mujer misteriosa y lejana. Al conjuro de su voz se apodera de la sala un silencio mágico. Y durante todo el concierto hay brisas de melancolía. El fado es belleza disfrazada de saudade.Mísía canta para adentro. Su presencia escénica es aparentemente fría y distante. Pero tiene fuego en el corazón, como el Teide. Se aleja para llegar más cerca, más adentro. Su voz es meliflua y cuajada de matices. Domina el quiebre y los rodriguinhos (en castellano, gorgoritos). Pero sobre todo domina la alquimia morbosa de pasiones nobles: convierte a los huracanes en céfiro, y viceversa. Pero sin sobresaltos, sinuosamente.
Mísia
Mísia, voz. Ricardo Rocha, guitarra portuguesa. Fernando Aluirn, viola. Fernando Larsem, bajo. Manuel Paulo, acordeón. Círculo de Bellas Artes. Madrid, 8 de abril.
Su repertorio es osado: interpreta muy pocos fados conocidos por el gran público. Va por derecho y sin concesiones. Rinde pleitesía diplomática a Amalia Rodrigues, a Jacques Brel. Pero ella se aferra a su propio destino artístico. Lo tiene todo bastante claro. En sus canciones están Sergio Godinho, José Saramago, Fernando Pessoa, Lobo Antunes, Vitorino d'Almeida, Marina Rosell, Luis Eduardo Aute. De este último interpreta primorosamente una de sus canciones más bellas, De alguna manera.
En España sólo se ha editado hasta el momento un disco de la cantante. Su distribuidora no ha movido un dedo por la artista. Sin embargo, Mísia tiene madera de estrella internacional. Sólo precisa de un empujoncillo y también de un director de escena (necesario) que potencie sus facultades, que mida sus pasos, sus palabras, sus movimientos y su magia. En el espectáculo también se echa en falta una mínima coreografía que propicie el enigma. El sonido fue adecuado, pero la iluminación fue plana, insuficiente y anodina. A pesar de ello, la cantante fascinó al respetable e incluso a los camareros de la sala. Durante el recital no se escuchó ni el aleteo de una mosca, ni el chasquido de los vasos. Mísia provoca el silencio sonoro.
Babelia
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