El modelo español
En su libro Mafia. Dominación central y contrapoder local (1970), Henner Hess examinaba el problema de los orígenes del fenómeno mafioso en Sicilia y llegaba a la conclusión de que el mismo podría situarse en el tiempo de dominación española sobre la isla. La Mafia es un instrumento dirigido a consolidar situaciones de poder y por ello el mafioso es lo contrario que el bandido. Cuando la llamada "monarquía hispánica", un absolutismo débil, cede, bajo Felipe III, el mero y mixto imperio a los barones sicilianos, una vez que ya la facultad de ir armados se ha concedido a los familiares de la Inquisición, va constituyéndose un nivel autónomo de ejercicio de la violencia que, a su vez, propicia la formación de redes clientelares al servicio de los poderosos. En La mafia como método (1991), Nicola Tranfaglia ha llamado "el modelo español" a este engarce de criminalidad dependiente, clientelismo y sentido del honor que marcaría también a Nápoles y Calabria.Desde los desajustes estructurales en la consolidación del reino de Italia hasta la modernización y expansión del fenómeno mafioso al hacerse con el control de la droga hay elementos que persisten de esa prehistoria en el antiguo régimen. Sobre todo, la citada convergencia entre un poder centralizado, incapaz ahora de implantar el Estado de derecho, y un contrapoder local delictivo, en condiciones de penetrar capilarmente en el aparato del Estado mediante la corrupción de parlamentarios y servidores públicos. Así las cosas, únicamente una acción judicial independiente aparece como variable externa a la red, capaz de abordar la recuperación del Estado de derecho
A la vista de lo anterior, es claro que la corrupción institucionalizada funcionó en nuestro país de otro modo. La España liberal fue el país de oligarcas y caciques, pero este poder intermedio actuaba al servicio de un Gobierno central, que así se convertía en eje y beneficiario principal tanto de las redes clientelares como de la corrupción generada. El cacique "elige, diputados y distribuye estanquillos", según la definición de Clarín. Con el franquismo cambiaron las cosas, tanto por razones económicas como políticas, pero no desaparecieron ni las clientelas ni la corrupción pública, extendiéndose a actividades económicas (Matesa) y a una policía cuyo papel era defender un régimen entregado a vulnerar sistemáticamente las reglas del Estado de derecho.
Tras 12 años de Gobierno del PSOE, resulta evidente que esas formas de corrupción tampoco fueron suprimidas, ahora adaptadas a una nueva situación que, paradójicamente, impulsó su crecimiento merced al incremento de recursos económicos en manos del Estado.
No fue un despropósito voluntario, sino el fruto de otra convergencia: de un lado, la propia debilidad de un partido socialista de aluvión; de otro, la voluntad de afianzar el propio poder a cualquier precio, por parte del tándem González-Guerra, lo cual les llevó a tragarse cualquier sapo con tal de funcionar en terrenos difíciles (ejemplo: Interior). Las variables independientes han sido en este caso los periodistas y, como en Italia, los jueces. Pero, en contra de sus declaraciones generales, Felipe González no se ha limitado al "quiero y no puedo" de los Gobiernos italianos, sino que ha usado y usa todas sus bazas para que la citada estructura quede inmune frente a la acción judicial. Si triunfase la actitud mantenida por González, es claro que quedaría a salvo su "honorabilidad", como pidió hace unas semanas el diputado Curiel. Pero sería el honor propio del modelo siciliano. Una devolución.
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