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Epicentro y sus cómplices

Jorge M. Reverte

Los periodistas, en nuestra escasa modestia, coincidimos con gentes de más empaque, como los físicos y los policías, en la necesidad de construir buenas preguntas para que el trabajo nos cunda.Los policías, en época de Franco, se jactaban de lo hábiles que eran interrogando. Galileo, antes de ser interrogado él mismo por policias similares, se preguntó de manera eficaz por las leyes de la gravitación. Ahora, los periodistas españoles nos distinguimos por hacer preguntas que permiten construir buenas realidades.

Un ejemplo reciente: Monzer al Kassar, conocido personaje del mundillo del tráfico de armas, sale absuelto de un juicio en cuya instrucción no han debido hacerse bien las preguntas. Un periodista se dirige a él y le interroga: ¿Piensa, usted que la sentencia absolutoria es un paga por los favores prestados al Gobierno? Monzer al Kassar responde que de ninguna manera, que le han absuelto porque es inocente. El titular que el periodista obtiene de su ingeniosa pregunta es obvio: Monzer al

Kassar niega haber sido absuelto a cambio de los servicios prestados al Gobierno.

Ahí es nada. Cualquier cándido volteriano que escuchara la radio sin conocer los antecedentes obtendría, sin exprimirse en demasía el cerebro, las siguientes conclusiones:

-El poder judicial no es independiente.

- El Gobierno tiene capacidad para redactar sentencias.

Y todo ello salido de la boca de Monzer al Kassar, por obra y gracia de un habilidoso periodista.

El periodista demuestra, además de una notable habilidad para conseguir resultados escandalosos, ser un canalla. Con su titular coloca en un brete al recién absuelto. Cualquier miembro del tribunal que le juzgó y absolvió podría sentirse tocado en lo más hondo de su honor y en consecuencia, pedirle prestados a Belloch unos cuantos policías de los que le sobran a Amedo para capturar de nuevo al inocente traficante.

(Cabe también pensar en la opción de que los jueces mandaran apresar al periodista, pero se meterían en el barullo de coartar la libertad de expresión de los españoles, que es sagrada como todos sabemos).

Si nos mantenemos en la tesis de que el periodista es muy hábil, se produce una enorme contradicción suplementaria: el discurso en torno al que se construye la pregunta, el paisaje en el que se desenvuelve, es el de la bronca entre el poder ejecutivo y el judicial. La pregunta, en su inocencia aparente, para el volteriano, incluye todas las sospechas de presión. Pero concluye, de forma incoherente, que los jueces podrían haberse dejado influir.

¿O el que pregunta es, simplemente, un aguerrido reportero que carece de toda cultura general y democrática? Lo dejamos. Segundo ejemplo cercano en el tiempo: el presidente del Gobierno, Felipe González, acude a las tertulias de Radio 1. El director, Diego Carcedo, casi no le da tiempo a saludar. Se arroja sobre él y le pregunta: ¿Es usted culpable de la gripe?

La radio, que es un medio mágico, transmite a los oyentes la satisfacción del interpelado. Se percibe un sensible aumento de volumen en su caja torácica y el gozo le altera la voz. Felipe se explaya en un discurso sobre el acoso que sufre desde los medios de comunicación y los rivales políticos: todo el mundo le intenta responsabilizar de cualquier cosa que sucede. Y le hace gracia lo de la gripe, es un buen hallazgo.

Felipe González tiene, esta vez, la habilidad de no responder con el encabezamiento que procede: "Me alegro de que me haga esa pregunta", que era el encantador latiguillo que adornaba, hace tiempo, las relaciones entre el poder y la prensa. Y es que a Felipe, desde que tuvo el debate con Aznar, le asesoran en el terreno de la comunicación. Ahora, cuando le hacen preguntas así, se alegra pero no lo dice.

Los preguntadores construyen la realidad sin fisuras. En época de Franco se contaba que unos guardias civiles, tras registrarse un terremoto, recibían el encargo de buscar al epicentro. Dos días después, enviaban un telegrama: "Detenidos epicentro y cómplices. Confesada culpa". No hay como saber preguntar.

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