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Los tártaros vuelven a Crimea y echan raíces

La minoría tártara se instala en la península del mar Negro mientras rusos y ucranios se diputan el poder

Pilar Bonet

Mientras ucranios y rusos se pelean por Crimea, los tártaros (una comunidad que constituye aproximadamente el 10% de la población de casi tres millones de habitantes de la península) construyen sólidas casas de piedra en este territorio que sus antepasados, las tribus de la Horda de Oro dirigidas por el Jan Batú, conquistaron en el sigo XIII.

De manera sistemática, los tártaros han elegido órganos de autogobierno, los medjlis (consejos), que forman una organizada red de poder paralelo por toda la península. Su orientación pro turca, sus simpatías con la causa de Chechenia e incluso su islamismo occidentalizado despiertan en Rusia suspicacias y temores que se han repetido a lo largo de la historia.

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En mayo de 1944, el poder soviético acusó a los tártaros de Crimea de colaborar con los ocupantes nazis y los deportó a Asia Central y a Siberia en una operación indiscriminada que costó la vida a miles de personas. Aunque fueron rehabilitados en 1967, sólo a finales de los ochentas, tras unas sonadas manifestaciones en la plaza Roja de Moscú, comenzaron a realizar su sueño de regresar a la península, mayoritariamente poblada por rusos.

"Luchamos por el retorno a la patria y el restablecimiento de nuestra autonomía nacional territorial'', afirma en Sinferópol Mustafá Shemiliev, el presidente del Medjlis de Crimea, según el cual en el territorio ex soviético, y sobre todo en la república centroasiática de Uzbekistán, hay 250.000 tártaros esperando regresar.

El líder tártaro aprueba la decisión de Kiev de abolir la Constitución de Crimea y el puesto de presidente de la república, aunque la considera tardía. Este hombre, que paso 17 años en cárceles soviéticas por su militancia nacionalista, no simpatiza con la República Autónoma de Crimea. Esta unidad administrativa, perteneciente a Ucrania, se formó en 1991 con una clara identidad pro rusa a diferencia de la República Tártara de Crimea (1921 —1944), que pertenecía a la Federación Rusa y, de acuerdo con la política nacional de Lenin, se inspiraba en una idea nacional tártara.

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El Gobierno central de Ucrania ha mantenido buenas relaciones con los tártaros y ha contribuido a su regreso a Crimen. No por altruismo, sino porque los tártaros han sido buenos aliados para neutralizar a los rusos.

Con el mismo plumazo que condenó la Constitución de Crimen. Kiev ha abolido también la ley de elecciones locales, que garantizaba a los tártaros contingentes étnicos en los ayuntamientos de la península. Las leyes ucranias no tienen en cuenta el factor étnico en el sistema de representación política, pero la legislación de Crimea ha garantizado un contingente de 14 escaños a los tártaros en el Parlamento local, formado por 98 diputados, y también representaciones proporcionales en los ayuntamientos. "Las elecciones de acuerdo con la ley de Ucrania no nos convienen, porque, dado el ambiente chovinista (ruso) que hay aquí, no tenemos posibilidades de sacar escaños si competimos en elecciones generales", afirma Shermiliev con preocupación. Y advierte: "Nosotros somos la única fuerza que apoya al Estado ucranio en la península de Crimea, así que Kiev debería hacer alguna corrección".

Los tártaros viven dispersos por toda la península, aunque su presencia es menor en el litoral sur, la zona turística cuya propiedad está muy reñida. Los más afortunados se afincan en Bajchisará, la capital histórica donde se encuentra el palacio de los janes, construido en un refinado estilo autóctono. El janato de Crimea, regido por la dinastía de los Girai durante más de 300 años, fue acosado por otomanos y rusos hasta que Catalina la Grande se lo anexionó definitivamente a finales del siglo XVIII.

En Bajchisará se han instalado Mustafá Shemiliev y su familia: la anciana madre que sufrió la colectivización agrícola en 1929, primero, y la deportación, después, y Asán Shemiliev, que, junto al general Píotr Grigorenko y a Andréi Sájarov, organizó actos de apoyo a su hermano Mustafá cuando éste era perseguido por las autoridades soviéticas. Como tantos de sus paisanos, Asán se dedica hoy a construir su casa, y dos de sus hijos estudian en Turquía. "No quieren estudiar asignaturas innecesarias como el eslavo antiguo", dice.

De Turquía llegan profesores islámicos, empresarios y políticos. Turquía es fuente de inspiración para Muzhdaba Aider, representante de Bajchisarái en el Medjlis de Crimea. Aider ha impulsado una organización juvenil bautizada como Crimea Libre. "Somos partidarios de la idea del panturquismo y de restablecer vínculos con Tatastán, Bashkortastán y Turquía", dice.

A la larga, algunos de los líderes tártaros aspiran a la independencia de Crimea. Muzhdaha Aider se la imagina como una fruta que caerá cuando esté madura.

"Los medjlis ya son órganos de poder, y en las próximas elecciones municipales nuestros tártaros estarán en todas partes, y cuando seamos suficientes entonces entrará en juego el derecho internacional de autodeterminación". Aba Azamátova, vicepresidente del Medjlis de Bajchisarái, rechaza el restablecimiento de la autonomía de 1921. "Lo que queremos es que Crimea sea un Estado independiente señala Azamátova que confiesa tener mejor disposición hacia Ucrania que hacia Rusia.

En ambientes rusos se asegura que los tártaros tienen sus propias estructuras paramilitares, pero Aider señala que la creación de grupos armados se ha planteado como posible reacción a las unidades de cosacos, en el caso de que éstas se creen en Crimea. Por el momento, el Medjlis de la república ha declarado su solidaridad con la causa chechena y 13 voluntarios lucharon junto a Dudáiev, señala Aider, que en 1991 se refugió en Lituania para evitar ser llamado a filas. "La guerra de Chechenia nos ha consolidado. Y si antes alguien tenía dudas sobre si Crimea debía pertenecer a Rusia o a Ucrania, estas dudas ya han sido superadas". Los tártaros se han declarado dispuestos a adoptar a niños chechenos huérfanos y a "educarlos como patriotas de su país".

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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