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Jessica Lange siente que está madurando como actriz

La ganadora del Oscar de este año no envidia a las actrices de moda

Jessica Lange ha pasado por todo, desde King Kong hasta Blanche du Bois en Un tranvía llamado deseo. Ha dejado de ser considerada una rubia mona y ha sido homenajeada como gran actriz. En la vida real, ha mantenido apasionadas relaciones con el bailarín Mijaíl Baríshnikov y con el autor teatral Sam Shepard Y, en el cine, con Jack Nicholson (en una mesa de cocina) y con Liam Neeson (con una falda escocesa). El pasado lunes ganó su primer Oscar a la mejor actriz protagonista por Las cosas que nunca mueren que, según ella, es una película modesta "que parecía que no iba a tener futuro" y permaneció durante tres años en la cámara acorazada de un banco.Desde que su reconocimiento aumentó extraordinariamente con Frances y Tootsie en 1982 y dejó atrás su poco sólido debú como Fay Wray con vaqueros rotos en la risible versión que Dino DeLaurentis hizo de King Kong en 1976, se oye a menudo la queja de que Jessica Lange debería haber aparecido en pantalla más a menudo y con mejores papeles. Tras un periodo no muy afortunado en Broadway interpretando a Blanche en el reestreno de Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, en 1992 -cuando los críticos neoyorquinos la pusieron verde por una interpretación pobre y ella dijo furiosa a un periodista que era posible que dejase de actuar-, Lange afirma que ha recuperado sus alas.

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"Ahora siento que estoy madurando como actriz", dice. "Estoy empezando a ser capaz de hacerlo realmente. No quiero creer que, de repente, sólo porque tenga 45 años, ya no voy a tener ningún papel para representar. ¿Sabe lo que es raro? Veo los papeles que están interpretando actrices más jóvenes y no me apetecería hacerlos: esos personajes de elevado concepto que no tienen más de una dimensión".

Tiene el pelo rubio y suave, ojos de gata de color marrón claro y una sonrisa lánguida que transmite simultáneamente sensualidad y distanciamiento divertido. "A los 22 años solía salir -toda la noche, bailar como loca, consumir drogas, beber, pasármelo en grande, dormir una hora y despertarme, y una todavía podía tener un aspecto fabuloso, con la piel radiante", recuerda con nostalgia. "Si hiciera eso ahora, tendrían que sacarme de la cama a rastras".

Tampoco envidia a las nuevas actrices de moda en la meca del cine, que llama "una ciudad para chicos". No quiere blandir un punzón de hielo contra Michael Douglas ni abalanzarse sobre él en el sofá de la oficina. No quiere vender su cuerpo a Richard Gere ni a Robert Redford. "Creo que estamos de alguna forma en terreno peligroso en cuanto a las relaciones hombre-mujer", dice. "Especialmente lo que se ve en las películas sobre las relaciones. En cierto modo da escalofríos".

Dice que prefiere su actual paleta de mujeres multicolores. En Blue sky, Lange es la esposa promiscua de un científico del Ejército, interpretado por un reprimido Tommy Lee Jones. En Losing Isaiah, que se estrenó el mes pasado en Estados Unidos, hace de Margaret Levin, una asistente social que adopta a un bebé negro abandonado en la basura por su madre (Halle Berry), adicta al crack, y posteriormente tiene que luchar por conservarlo. Y afirma que preferiría que su familia pasara el tiempo a partes iguales en una cabaña en Minnesota y una ciudad como Nueva York o París. Pero a Shepard le gustan sus ponis de polo de Virginia. "Me siento increíblemente agradecida por tener ambas vidas. Cuando acabe Un

tranvía..., lo único que querré hacer será irme a casa, a mi granja y hacer cosas convencionales. Levantarme por la manana, preparar a los niños, llevarlos al colegio, pararme en la ciudad. Hay algo reconfortante en esa normalidad. Y luego vendrá un momento en que la podré ver como un muelle que se va comprimiendo cada vez más, y lo único que querré hacer es volver al trabajo, donde pueda hacer algo peligroso o ernocionante".

Vejez y juventud le pasan ahora por la cabeza porque intenta desarrollar una película basada en la novela de Colette Cheri, de 1920, sobre una cortesana de edad madura que enseña el arte del amor a un adolescente. "Lo magnífico del libro es la forma en que ella intenta seguir siendo amante del chico, al que casi triplica en edad", dice. "Llega un punto en que se » da cuenta de que ha terminado le tiene que permitir marcharse y le permite verla tal como es realmente".

Copyright New York Times Service.

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