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Política y jueces

Políticos envueltos en procesos judiciales, específicamente penales, es el fruto de estos tiempos, prolífica. cosecha que no lleva camino de menguar, hasta el punto de que condicionan el transcurso de la vida política; por ejemplo, la aspereza política vigente no es fruto exclusivo del apego al poder o la ansiedad por conquistarlo, sino también del miedo judicial, miedo a lo que podrán hacer los jueces (algunos jueces) en el futuro; siempre parece mejor la trinchera que el campo abierto, aunque en algunas batallas la trinchera puede acabar resultando una ratonera; pero un parapeto, el del poder, da mayor seguridad, y así, por ejemplo, la convocatoria anticipada de elecciones podría estar dependiendo de los jueces. Pero en ésta que llaman judicialización de la vida política los jueces no tienen mucha culpa, también ellos la padecen, con más o menos gusto o disgusto, según los casos.¿Donde está la raíz de toda esta barahúnda judicial? Hay varias que coadyuvan, empezando por la Constitución, consagración formal e inmediatamente operativa del Estado de derecho, en su versión de Estado de derechos, con la garantía de la tutela judicial; está también la gratuidad de la justicia, y la conciencia más viva de que los sujetos son efectivos titulares de derechos, y en actuaciones administrativas y político-administrativas, el olímpico desprecio al derecho de que hacen gala y sustancia de su actuación muchas administraciones públicas y autoridades que sobre dichas administraciones se encumbran; en tiempos de Lara era "vuelva usted rnañana"; ahora, sin haber olvidado tan rancia tradición, está una innovación acorde con el predominio de la ley, según la Constitución: "Si no le parece bien, recurra", olvidándose las administraciones, con excesiva frecuencia, de que la mejor manera de neutralizar una ilegalidad es evitar que se produzca, y ya podrían ser más cuidadosos para no dar lugar a que miles y miles de actos de las administraciones sean declarados ilegales todos los años por la jurisdicción.

Pero cuando se habla de judicialización de la vida pública se está pensando, más que en este encharcamiento litigioso, en la subordinación del juicio político al juicio penal, el sometimiento de las responsabilidades políticas a los avatares del juicio criminal.

Y en esto la responsabilidad específica más notoria es la de los propios políticos. Aquella querella que, allá por 1982, interpusieron prohombres del PSOE (González, Guerra, Peces-Barba y algún otro que no recuerdo) contra los responsables de TVE, a pesar de que fue dando tumbos procesales durante unos 10 años hasta que quedó penalmente en agua de borrajas, no sin haber hecho un daño tremendo, personal y profesional, a varias personas afectadas, hizo escuela; y qué escuela. ¿Cuántas querellas por prevaricación andarán arrastrándose por esos juzgados? ¿Cuántas acciones populares ejercidas por partidos y sindicatos?, y, para producir efecto político, no es necesario llegar a la sentencia, ni al procesamiento, basta el empapelamiento que concienzudamente se endilgan unos a otros, utilizando los medios del procedimiento penal para ensuciar al adversario, que, a su vez, se arropa frente a cualquier rendición de cuentas políticas con la tan abusada presunción de inocencia.

Pero hay más en la cuenta de algunos políticos: la judicialización ha sido precedida por la criminalización de la política. ¿Cuántas prevaricaciones se producen dictadas por el sectarismo más burdo? Podría decirse que es un delito perenne que se sucede en el escenario de una función incesante. Por no hablar de otros acaecimientos que, con escándalo más o menos real, captan nuestra permanente atención, robos y hasta asesinatos. Por donde viene a suceder que los que sienten pasión por las querellas (criminales) con frecuencia desprecian con sus hechos las mismas leyes que utilizan como dardo y coraza. Y así, para saber quién puede gobernarnos, tenemos que esperar la revelación, siempre lenta, de los arcanos judiciales. Mandan los jueces, pero porque muchos políticos han hecho dejación de su responsabilidad.

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