El sendero de Tres Picos
El Alto de los Leones es un puerto infame. Por el año 1526, el embajador de la República de Venecia en la corte de Carlos V, Andrea Navagero, se quejaba de que tenía "muchas cárcavas en el camino, las cuales, cubiertas con la nieve, no se ven y son causa de que se caigan los caballos". Y, en el invierno de 1808, Napoleón, que poco antes había cruzado los Alpes sin despeinarse, perdió tantos hombres y monturas en él que este contratiempo fue considerado como una de las glorias de Francia, de la cual ha quedado constancia en un lienzo de Versalles.Movidos por el afán de trepar a La Peñota (los menos), o de despacharse unos judiones en Casa Hilario (los más), quienes hoy se acerquen hasta este paso serrano coincidirán: el lugar es infame. Más de doscientos inviernos han reducido el león erigido por Fernando VI a una masa amorfa, celebrada por una inscripción ilegible. A su alrededor todo es fealdad: varias líneas de alta tensión, transformadores, una estación militar de radio y las torres de ventilación del túnel de Guadarrama.
Tal vez sea ésta la razón por la que los amigos de la tortilla y el mantel a cuadros huyen de este paraje como de la peste. Y tal vez sea éste el mayor aliciente de nuestra jornada. Poder caminar por la cuerda de las montañas que se van alzando hacia el noreste, desde los 1.511 metros del puerto hasta los 1.945 de La Peñota, sin tropezarse con otros seres que un potrillo o un águila real, es lo máximo que se le puede pedir a una mañana radiante de primavera.
Entre el Alto de los Leones y La Peñota se interponen cuatro cerros y otros tantos collados. Ni adrede se yerra el camino. Aunque algo desdibujado, discurre siempre junto a la valla que sirve de linde entre las tierras madrileñas y segovianas.
Sobrepasada la altura más próxima -cumbre de la Sevillana, 1.561 metros-, el excursionista se topa con un búnker de la guerra civil, la primera de una serie de ruinas que denuncian que aquí hubo tomate. De la defensa de este paso se dijo que la habían hecho cachorros de leones, en un juego de conceptos de bobo pero resultón.
Otra guerra muy distinta es la que hubo de librar un kilómetro más adelante el Arcipreste de Hita, allá por el siglo XIV, en el collado que hoy lleva su nombre. Su enemigo no fue soldado de ningún ejército, sino una "yegüeriza membruda" llamada Aldara, a la que Juan Ruiz, "con la cuita del frío y de la gran helada", no tuvo más remedio que pedir posada. En el Libro de buen amor el atribulado Arcipreste cuenta de los excesivos apetitos de la serrana, así como de sus no menos desproporcionados atractivos: "Tenía en el justillo las sus tetas colgadas, / que, de no estar sujetas, diéranle en las ijadas...".
Dejando atrás este paraje, el caminante ha de ganar el bronco repecho del cerro de Matalafuente (1.673 metros) para merecer las praderas que orlan la peña del Cuervo (1.706 metros) y los collados de Mostajo y de Gibraltar. Ellas son la antesala de La Peñota, risco trino -de ahí que fuera conocido antiguamente por Tres Picos- cuyas horcadas se asemejan a los vecinos Siete Picos.
Para conquistar esta atalaya desde la que se domina el valle del Guadarrama, es preciso rodear la peñota más occidental por una comisa de su ladera norte. Allí, aferrado a las rocas de solana, se alza un roble solísimo. Y extrañísimo, pues este primitivo poblador de la sierra es hoy una rara avis, como el águila que remonta el vuelo en el collado de Matalafuente.
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