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Una estampa sepia

Manuel Vicent

Antiguamente, la estampa de la boda de una infanta se superponía en las páginas de La Esfera a una España de alpargata anarquista, mísera, zaragatera y desgarrada. El carruaje con la pareja de novios reales se abría paso en un estofado de braceros y mayorales, mendigos y cesantes galdosianos,- boteros de Solana, toreros de naipe, intelectuales con caspa que bebían anís del Mono. La España negra no ha cesado. Hoy está trabada de financieros saltimbanquis, negocios sucios que se cierran con Motorola dentro del Mercedes, crímenes de Estado que alimentan el cronicón de tribunales todos los días.También ahora, en una mañana de marzo de 1995, desde el hotel Alfonso XIII hasta la catedral de Sevilla, entre la curiosidad de un público que necesitaba con urgencia hartarse de confitura, desfilaron los invitados a la boda de la infanta Elena. Atravesando la inocente alegría de la gente llana pasaron grandes pavos con la cola abierta: unos debían la fama a su rostro; otros, a su apellido; algunos, al dinero; muchos, a un escándalo; varios, sólo a su chaqué o a su pamela. Había alguna oveja negra, y aunque en ese desfile previo se exhibieron varias rehalas de las mejores casas, muy Pocos aristócratas se parecían a su caballo, como es de primera obligación. En este aspecto, los novios llevaban mucho adelantado. La infanta Elena ha ido moldeando su rostro de aristas duras con un talante de picadero y, por su parte, Jaime de Marichalar tiene las facciones largas, de carácter equino, y esto es señal de mucha distinción.

Ha llegado un momento en que la televisión, la prensa y la radio, los instrumentos de la imagen que hoy crean la realidad, se han visto obligados a montar una gran ficción durante una semana en nuestro país. El poder no es más que un reflejo de las vestiduras, una prolongación de las grandes ceremonias. Para cubrir el vientre abierto del Estado, cuando éste en España está prácticamente en carne viva, se ha llevado hasta la cima más sublime del mazapán la boda de una infanta con un segundón. de provincias con casona oscura en Soria, y una vez más, los obispos, una catedral, los tafetanes, los candelabros, Mozart, Händel y las mejores jacas jerezanas, la epístola de Pablo a los corintios, los grandes jeques de Arabia, el príncipe de Gales y otras estirpes europeas más o menos degeneradas, los fajines y las medallas han venido a apuntalar el deterioro político de un país que ha perdido la moral.

En siglos anteriores, la ceremonia más exclusiva de las monarquías la celebró el verdugo con el hacha en la Torre de Londres sobre el propio cuello de lo reyes. También la guillotina dio a ciertos monarcas y aristócratas la maravillosa oportunidad de ascender al cadalso con suprema elegancia, pero la fuerza de las formas aristocráticas no se ha perdido en la historia. Aún sirven para que la gente sencilla abreve en ellas después de comer salchichas. En la catedral de Sevilla se ha celebrado un rito lleno de esplendor donde no faltó ninguno de los símbolos con que la ficción del poder se alimenta también a sí misma. Desde la Edad Media no ha cambiado, el modelo: se trata de tomar al asalto a la belleza para suplir con ella toda la debilidad de las instituciones. Bajo las luces del gótico florido de la catedral de Sevilla, las palabras sagradas lentamente masticadas por monseñor Amigo, los uniformes de laicos, el báculo eclesiástico y todo el excipiente de Chanel que expele el dinero cuando la carne de los ricos se aglomera, han servido para reconstruir de nuevo el Estado español alrededor de la Monarquía. Sevilla ha prestado su pasión y la cal más maravillosa del sur. El espectáculo folclórico aristocrático, religioso cañí, de flamenco y pata negra, ha alcanzado la categoría de la más alta confitería. El intento. de crear una nueva realidad ha funcionado un fin de semana.

En calesa tirada por seis caballos castaños iban los novios camino del banquete en los Reales Alcázares entre un gentío que los aplaudía con el mismo entusiasmo que lo hace con el destartalado equipo nacional. Ella era una novia feliz,. llena de espontaneidad. Parece la más profesional de la familia. Sin duda, ya sabe besar a los niños mejor que nadie y acariciar a ciertos animales, cumplir férreamente las normas del protocolo y, en su momento, también se dará cates como su padre haciendo deporte. El novio la ha llevado del bracete con mucho estilo, a la usanza castellana, y, dentro de la sobriedad soriana, se le nota una mirada de dos o tres veladuras sin que todavía pueda adivinarse qué divisa detrás de ella, allí donde el amor confluye con la ambición. Mañana ya será un lunes ordinario. En el futuro, esta boda será también una estampa sepia.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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