El gran escandalo
Jandilla / Litri, Aparicio, Jesulín Toros de Jandilla, impresentables e inválidos; 5º y 6º provocaron gran escándalo.
Litri: pinchazo -aviso-, pinchazo y bajonazo (ovación y salida al tercio); bajonazo (petición, ovación y salida al tercio). Julio Aparicio: pinchazo pescuecero y estocada corta trasera caída (protestas); pinchazo hondo tendido trasero (división). Jesulín de Ubrique: bajonazo descarado (oreja); aviso antes de matar, tres pinchazos atravesados y descabello (ovación con algunas protestas). El presidente óscar Bustos fue abroncado y parte del público tiró almohadillas al ruedo.
Plaza de Valencia, 15 de marzo. 7a corrida de feria. Lleno.
Las mujeres eran mayoría. Más de la mitad de la plaza estaba ocupada por mujeres, que rompieron a gritar en cuanto los toreros pisaron en el redondel, y ya no pararon hasta que se fueron por donde habían venido, si bien esta vez en medio de una fragorosa división de opiniones.Las mujeres -unas 12.000 almas, melena arriba o abajo querían al Litri y al Jesulín, según podía deducirse de sus estruendosas aclamaciones: "¡Litri, Li-tri!; ¡Je-su-lín, Je-sulín!". Pero siendo más, no estaban solas en la plaza y a sus apasionadas proclamas se unieron (al estilo del hambre con las ganas de comer) la incompetencia, la trampa, el robo a mano armada, la corrupción, la chulería, el disloque y el deliquio, que venían de otros frentes. Y de la algarabía se pasó a la escandalera; y de la escandalera, al escándalo mayúsculo; y la plaza de Valencia se convirtió en tal pandemonium, que llegan a verla los altos foros, y la cierran por vergüenza nacional.
La plaza de Valencia, con todos dentro, parecía una falla, y el presidente, el ninot indultat. La plaza de Valencia no tenía nada que ver con una plaza de toros, entre otras razones porque allí no había toros; ni toreros; ni la autoridad competente esa que pregonan los carteles; ni afición. La plaza de Valencia la habían tomado al asalto un ganadero que tuvo la desfachatez de enviar las seis birrias que salieron allá; un presidente que le hizo el caldo gordo y las dio por buenas, él sabrá los motivos; unos mozos vestidos de seda y oro incapaces de pegar un pase a derechas y de sentir aunque fuera un asomo de la dignidad que siempre constituyó característica esencial de la auténtica vocación torera.
Y, por si fuera poco, la sección femenina: 10.000 mujeres, si no eran 12.000, gritando ¡Litri, y ¡Jesulín!, y ¡guapo!, y ¡vivan tus cojones!, y iolééé!, con tanto arrastre de la ééé como permitieran sus privilegiadas gargantas. Y así la tarde entera, torearan los mencionados, o simplemente destorearan, que fue la tónica.
A Julio Aparicio, en cambio, apenas le hicieron caso, lo cual le pasó por no tener fans. Claro que tampoco-hizo nada por incrementar la militan-cia afecta a su divisa: a una especie de zapatilla sudada que le sacaron en primer lugar, se puso a, probarla, y probada que la hubo, la despenó presto. Quizá habría sido más lógico que la tirara a la basura.
Litri pegaba trallazos a los gatos que le correspondieron. Jesulín le hizo al primero de los suyos una faena corriendo; es decir, que pegaba un muletazo con el pico y apretaba a correr. Exultantes estaban las 12.000 mujeres con estas proezas. Mas el presidente cometió un error imperdonable -negarle una oreja a Litri, nada menos- y se encrespó el mujerío. Salió luego a la plaza el quinto adefesio bovino, de invalidez absoluta y como el tal presidente no accedió a devolverlo al corral, sobrevino el gran escándalo.
Cambiado el tercio de banderillas con dos pares, Aparicio le echó encima el público al presidente, unas veces haciendo gestos significativos de que se negaba a torear semejante ruina, otras de que faltaba un par de banderillas.
Enfurecida la masa femenina, que ya andaba caliente por la frustración anterior, más una heroica representación de la masculina, ambas facciones arrojaron al ruedo todas las almohadillas de la plaza. Advertido Aparicio de que, aún moribundo, el torucho tenía nobleza, quiso darle pases. Pero no podía ser: el pobre animal se desplomaba. Fue entonces cuando todas las miradas convergieron en el palco y las 12.000 voces blancas corearon a pleno pulmón un verso sutil transido de poesía: "¡Hijo de / pu / ta!" -
El sexto despojo cárnico también se desplomaba, los peones-grúa lo levantaban tirándole del rabo, Jesulín ensayaba sus parones entre gritos de "¡torero!", finalmente lo mató como pudo... Se fueron los diestros y sus cuadrillas con viento fresco, bajo un roción de almohadillas y otro de epitalámicas referencias a sus atributos masculinos, y algunos perplejos espectadores se preguntaban si Valencia se había vuelto loca, mientras a otros se les iba a caer la cara de vergüenza.
Babelia
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