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Tribuna
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El otro

Rosa Montero

Conviene no olvidarse nunca de que el otro existe: aquel que no es como nosotros, que no comparte nuestra cultura, ni nuestro aspecto, ni el poder de nuestra palabra mayoritaria. Y conviene asimismo recordar que, pese a su diferencia, posee los mismos derechos que nosotros tenemos: nosotros, que somos los otros para él.Todo esto viene a cuento de ese Ayuntamiento de Lárraga (Navarra) que ha decidido expulsar del pueblo a dos familias gitanas. Argumentan que los seis miembros de estas familias son unos camorristas y unos rateros, y que uno de ellos, de 17 años, acuchilló a otro chico en tina pelea. En primer lugar, habría que probar estas acusaciones: la presunción de inocencia es para todos, no sólo para los indeseables de altos vuelos. Pero incluso en el caso, sin duda posible, de que las dos familias fueran un nido de tipejos siniestros, la medida resulta inaceptable. No hay como ponerse en el lugar del otro para saber lo que no nos haríamos a nosotros mismos: si los alborotadores fueran payos, ¿habrían expulsado acaso a las familias? Si hay delitos, habrá que detener a los delincuentes: ése es el procedimiento habitual, y basta con eso. Al otro no se le destierra por el mal cometido, sino por ser el otro.

La medida fue votada por la derecha (Unión del Pueblo) y por HB. La derecha es heredera de un pasado brutalmente racista que les devorará el presente si no se vigilan. En cuanto a HB, su actitud me parece, por desgracia, coherente con la ideología que representa. El tipo de KAS que apaleó bárbaramente a un ertzaina hace unos meses alegó en el juicio que lo había confundido con un ladrón, y que no creía que linchar a un ladrón (él dio pegar) fuera un delito: una excusa muy bestia. Es la ley sin ley de la intolerancia. (He conseguido no hablar de Roldán: un esfuerzo ímprobo).

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