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Crítica:CLÁSICA: HOMENAJE A GUERRERO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Recordando al maestro Guerrero

La fundación Jacinto e Inocencio Guerrero no podía pasar por alto el centenario del músico toledano, cuyas melodías de leve y directa inspiración, popularistas tantas veces y populares siempre, perviven en la memoria de las gentes. Pasados 44 años de su muerte, Jacinto volvió a llenar, esta vez el Auditorio, en el que tres voces premiadas en los concursos de la fundación, junto al pianista Sebastián Mariné, nos hicieron escuchar páginas conocidas de Guerrero junto a otras menos frecuentadas. Así, entre éstas, Las Alondras (1927), La camisa de la Pompadour (1933), el pasodoble que dedicara al torero Manolito Bienvenida en 1929 o el rag-time de La reina de las praderas, dos páginas tocadas con mucho garbo por el estupendo pianista granadino Mariné.La zarzuela, como cualquier otro género musical, presenta un problema interpretativo: o se busca la fidelidad al tiempo pasado, que es más bien seguimiento de los cantantes que de los mismos pentagramas, o se sintoniza con la hora actual. Esto hizo, con extraordinaria calidad, elegancia de fraseo, clarísima dicción y un timbre particularmente atractivo, la mezzo bonaerense Soraya Chaves en romanzas de Don Quintín el amargao, La rosa del azafrán, Tiene razón don Sebastián o La canción del día, con la que Guerrero se incorporó, con éxito, al naciente cine sonoro español en una producción defendida líricamente por Tino Folgar y Consuelo Valencia.

Concierto homenaje en su centenario Elisabete Matos, soprano; Soraya Chaves, mezzosoprano; Juan María Lomba, tenor, y Sebastián Mariné, piano

Auditorio Nacional, Madrid, 1 de marzo.

La soprano portuguesa Elisabete Matos posee una voz brillante y luminosa, pero, como el tenor santanderino Juan María Lomba, parece aceptar de buen grado no sólo las virtudes, sino también los vicios zarzuelísticos. Si los agudos de una y otro arrancan grandes aplausos, la música, aún la sencilla de Guerrero, sufre en su misma sustancialidad. No dejan de ser curiosos estos tics antañones en quienes no han podido conocer, por su edad, los usos y abusos de tantas estrellas del género. En todo caso, el público recordó con simpatía y cariño la figura de aquel músico popular, que fuera concejal por elección del Ayuntamiento de Madrid. De él, escuché decir a su maestro, y el de tantos, don Conrado del Campo, que poseía un instinto musical fuera de lo común. Bien lo demostró a lo largo de una carrera incesante de triunfos desde los ruidosos éxitos de La alsaciana y La montería hasta El canastillo de fresas, terminada por un grupo de compañeros y estrenada después de la muerte del maestro.

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