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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Acuerdo en Pekín

EN EL último momento, pero con un suspense algo forzado, se produjo ayer el acuerdo que: evita una guerra comercial entre China y Estados Unidos y la aplicación recíproca de sanciones. El conflicto nació de la fundada acusación norteamericana de que numerosas empresas chinas se dedican a cielo descubierto a piratear variados productos electrónicos de la industria occidental.La evaluación económica del pirateo río es extraordinaria si la comparamos con el volumen de negocio en doble sentido entre Estados Unidos y China, equivalente a unas 50 veces esa cantidad. Pero tiene una enorme importancia política y económica, como signo de la voluntad de China de integrarse en el comercio mundial jugando las reglas del juego como socio, proveedor y cliente digno de confianza.

Varios factores concurrían para, explicar, ya que no justificar, la resistencia china a aceptar las reclamaciones de Washington. En primer lugar, el vacío de poder creado por fa prolongada agonía del líder posmaoísta Deng Xiaoping. En segundo, el hecho de que buena parte de esas fábricas del timo internacional estén dirigidas por jerarcas locales, lo que da lugar a una compleja red de intereses difíciles de orillar en un momento como éste de flotación del poder. Y, finalmente, las propias vacilaciones del presidente Clinton al tronar primero contra las violaciones de los derechos humanos en China, haciendo depender de la conducta de Pekín la profundización de, las relaciones comerciales entre los dos países, para dar marcha atrás después ante las presiones de la industria. norteamericana y, de nuevo, amenazar con sanciones a petición de esa misma industria.

Son todavía mal conocidos los términos del acuerdo, aunque cuando menos incluyen un compromiso chino, calificado de "serio" por fuentes norteamericanas, de hacer cumplir los copyright internacionales a la industria local. Los hechos demostrarán mejor que cualquier documento la extensión de ese cumplimiento y los medios puestos a contribución para ello.

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Una guerra comercial de estas características habría distado mucho de ser el fin del mundo para las relaciones entre Oriente y Occidente, pero cualquier reticencia de Pekín a combatir la copia descarada y gratuita de productos occidentales habría constituido el peor augurio para una relación no sólo económica, sino política, con un país que reúne una quinta parte de la población mundial.

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