"Nunca recuerdo películas españolas"
Su posición atípica de francotirador en el seno de una industria de la que nunca se sintió partícipe -ni siquiera cuando este catalán, hijo de familia adinerada, nacido en Girona en 1929 producia a jóvenes aspirantes con afán de hablar con otros modos, como Carlos Saura o Marco Ferreri- le hacen una voz a la vez distinta y precisa. Su fina ironía no está reñida con la autocrítica ni con la provocación inteligente. Tras. varios, años sin dirigir, en 1990 hizo El pont de Varsòvia, al que siguieron los documentales Arte en Cataluña (1992) y Literatura made in Barcelona (1993). Su último trabajo hasta la fecha ha sido la dirección de escena de la ópera Asdrúbila (1993), obra de uno de sus más fieles colaboradores, el músico Carles Santos.Pregunta. ¿Qué queda hoy, 25 años después, de la Escuela de Barcelona?
Respuesta. Creo que nada, sinceramente. Tal vez sólo el impacto que representó en aquel momento lo que hicimos los que formamos aquel grupo, el ejemplo que esporádicamente, algún realizador más joven haya querido recoger luego. Pero nada más.
P. Sin embargo, cuando volvió al cine en 1990 recuperó el lenguaje propio de la Escuela dé Barcelona.
R. Es que hay constantes que se repiten, un compromiso con la investigación sobre el lenguaje, una actitud hacia la obra a realizar. Lo que sí creo es que soy de los pocos de aquella época que han mantenido una estrategia de transgresión de los códigos cinematográficos, con la historia entendida como soporte de la acción: en eso sí que, para bien o para mal, hay una continuidad entre No compteu amb els dits y Elpont de Varsóvia. Y es porque sigo creyendo que el cine es un medio que permite la comunicación más allá del servilismo de las modas.
P. Desde su punto de vista personal, ¿cómo ve el primer centenario del cine en España?
R. Si me habla! de mi visión como espectador, tengo que confesar que las imágenes que me vienen a la cabeza raramente son de películas españolas. Me viene a la mente el rostro de Buster Keaton, imágenes de cualquier filme de Georges Méliès o de Dreyer. Pero del cine español sólo me acuerdo de Luis Buñuel y, si acaso, de algunas de las viejas películas de Berlanga, El verdugo o Plácido; de Bardem, ni una.
P. ¿Y del cine español de hoy?
R. Creo que comercialmente ha logrado una factura técnica irreprochable. No hay operadores malos ni actores deficientes, no hay lo que era habitual hace años; pe4culas que tenían cosas que estaban bien, pero que casi nunca resultaban redondas. Particularmente, me interesó Remando al viento y, en general, todo lo de Gonzalo Suárez; El sol del membrillo me parece estupenda; creo que Basilio Martín Patino es un director estimulante, y José Luis Guerín. Y poco más.
P. Después de El pont de Varsóvia no ha intentado volver a dirigir largometrajes.
R. Me desmotivó totalmente cómo fue recibida la película, la falta de reacción. No hablo de fracaso de público, sino de la indiferencia, de una sorpresa convertida en resistencia respecto a una película que se proponía fuera de lo habitual. Me di cuenta entonces de que no había espacio para un cine como el que a mí me interesa. No esperaba milagros, entre otras cosas porque sé que cualquier película fuera de los estándares normales se cierra el abanico del público posible. Pero tuve la sensación de que la película no había servido para nada. Sólo comparo esa indiferencia con la reacción del público cuando Umbracle se proyectó en Cannes en 1972. Conseguí vaciar más la sala que Godard el día anterior. Pero la gente no se iba, salía del local, esperaba al final de la película y volvía para decirte que le había parecido una mierda. Eso era estimulante, y es esa tensión crítica la que encuentro a faltar en el espectador de cine de hoy.P. ¿Es el espectador, entonces, el que ha cambiado?
R. No, no es sólo eso, es el contexto general. Si el siglo XIX fue el de las rupturas, el XX fue el de impresionantes realizaciones, pero este final de milenio es la época del desgaste, de la necesidad de repensar y reproponer las relaciones del hombre con la naturaleza; de reordenar las relaciones con el Tercer Mundo; de resolver las tensiones migratorias; de superar, en política, el lenguaje desgastado que se emplea en las. democracias occidentales., Creo que en el cine ocurre algo parecido, a pesar de que existen autores que hacen películas formidables.
P. Usted ha sido uno de los pocos cineastas que ha postulado una revolución del lenguaje, en contradicción con las posturas oficiales de la misma izquierda con la que sigue comprometido. ¿Nunca se ha sentido incómodo?
R. Siempre me he sentido muy libre de. hacer lo que he querido. Pero hay que reconocer que las vanguardias políticas han. sido siempre, en este país, notablemente conservadoras. En cambio, creo que nada está al margen del compromiso político, ni siquiera las relaciones personales. Las vanguardias políticas han instrumentalizado siempre a las vanguardias artísticas.
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