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Reportaje:

Donde vuela el Aguilón

No son el Salto del Ángel, ni las cataratas de Iguazú, ni siquiera las modestísimas del Niágara -cuyos 49 metros de altura se quedan canijos al lado de los 978 del primero-: son las cascadas del Purgatorio, dos brincos consecutivos de agua serrana que apenas suman diez metros entre ambas. Conviene saber todo esto antes de echarse a andar, para que nadie se llame a engaño y cada cual elija entre dar un agradable paseo por la vera del Aguilón o despacharse una pierna de cordero en el mesón de El Paular.También es verdad que una cosa no quita la otra, y que antes o después de la caminata -diez kilómetros facilitos-, se puede rendir visita al monasterio de El Paular y a las mesas del hotel anejo. Allí, junto al cenobio benedictino -antaño propiedad de la Orden Cartuja, amiga del silencio y de las montañas-, arranca esta excursión que, en algo más de hora y media, nos conducirá hasta uno de los parajes más bravíos y menos pisoteados del Guadarrama.

Un sendero

Alguna guía aconseja acometer la expedición siguiendo en parte el sendero que zigzaguea hasta, el puerto de la Morcuera. Pero el sendero en cuestión no tiene carácter.

El excursionista hará mejor si, después de cruzar el puente del Perdón -llamado así por la gracia que un tribunal de ultimísima instancia concedía aquí, siglos ha, a los reos de camino hacia la Casa de la Horca-, abandona la pista cuatrocientos metros más adelante y se interna a mano derecha por una vereda que en seguida va a dar a un recodo del río Lozoya.

Sin perder de vista la corriente, el caminante ascenderá por la margen derecha sorteando instalaciones que diríanse auspiciadas por el Cuerpo de Ingenieros -barracones de chapa verde incluidos. En realidad, ésta es un área destinada al ocio juvenil (y no tan juvenil), con piscina improvisada en una represa del río, servicios modelo Yellowstone (el parque del oso Yogui) y mesas para hincarle el diente a la tortilla.

A dos kilómetros escasos del piadoso puente, el río Lozoya recoge las aguas del Aguilón, arroyo que habremos de remontar por idéntica orilla para cumplir el propósito de la jornada. Aquí y allá proliferan las caceras. No se precisa saber latín (caliz, calicis, conducto de agua) para advertir que se trata de las acequias con las que los paisanos irrigan sus huertas de verduras reventonas.

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El que sí sabe latín es el que, ha tirado de cacera para renovar incesantemente el agua de su piscina, y revertir la sobrante de nuevo al arroyo del Aguilón. ¿Depuradora? No, gracias. ¿Cloro? Ni falta que le hace.

Primeramente, la única vegetación que alegra el panorama es un melojar de porte enano, raquítico, resultado de la tala abusiva para la obtención de leña.

(Al cínico se le antojará un admirable homenaje al talento arrasador del ser humano, y más ahora que está a punto de cumplirse el quincuagésimo aniversario de lo de Hiroshima y Nagasaki).

Luego, el valle se cierra, poblándose de fresnos, pinos silvestres, serbales de cazadores, arces de Montpellier, arraclanes, endrinos, sauces y, en época propicia, montones de helechos.

Última etapa

Dicha transición acontece: de forma brusca, en un lugar preciso, allí donde muere el sendero que no se tomó por falta de carácter, el cual se extingue a las puertas de una propiedad particular -la de la ingeniosa piscina, precisamente- Rodeando la valla de piedra, el paseante afrontará la última etapa de la marcha. Enfilará la umbrosa angostura a través de una nítida trocha, culebreará con garbo por entre canchos desprendidos de la ladera -ahora más abrupta y empinada- y entonces... Entonces, se topará con la maravilla.

No son el Salto del Ángel, ni las cataratas de Iguazu, ni las del Niágara, ciertamente. Pero el agua que mana de los veneros de la Najarra y Navalondilla, que corre briosa, en arroyuelos camino del valle, que junta fuerzas para proclamarse río Lozoya y que asoma por el grifo, en su casa y en la mía, sabe a gloria, sabe al aire de la sierra, porque voló, con el Aguilón, en las cascadas, del Purgatorio.

Caudal y caudales

> Dónde. El Paular está a unos ochenta kilómetros de Madrid, siempre y cuando se acceda por la carretera de La Coruña (A-6) -vía, puertos de Navacerrada y de los Cotos- o por la autovía de Colmenar (M-607) -vía Soto del Real, Miraflores y puerto de la Morcuera-. Hay autobús de Continental Auto (teléfono 533 04 00) hasta Rascafría.> Cuándo. Lo importante es elegir una época de abundante caudal: final del invierno, primavera u otoño. En verano, el arroyo del Aguilón depara, en cambio, el fresco consuelo de algunas pozas.

> Quién. Los miembros de ENEA (Asociación de Estudios de la Naturaleza y Educación Ambiental) son autores de la guía El valle alto del Lozoya, que describe con detalle la ruta hacia las cascadas del Purgatorio (itinerario 2). Incorpora croquis y cartografia.

> Cuánto. Al margen del transporte, el plan saldrá por lo que nos queramos gastar en el almuerzo y, llegado el caso, el alojamiento. La oferta más inmediata y lujosa es la del hotel Santa María del Paular (teléfono 860 10 1l). Habitación, 18.000 pesetas; comida, 4.500.

> Y qué más. Otra opción para visitar las cascadas es descender desde la Morcuera por el sendero GR 10-1 (señales rojas y blancas) para, desde el collado existente entre el Pinganillo y el Purgatorio, caer bruscamente hacia el río, cruzarlo y remontarlo hasta aquéllas.

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