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Asalto al furgón fúnebre

Dos ladrones roban un coche funerario, dejan un cadáver sin ataúd y desatan una insólita persecución

Jan Martínez Ahrens

No, no era ningún cortejo fúnebre. Los tres zetas que en la madrugada de ayer dinamitaban las calles del distrito de Carabanchel siguiendo la estela de un silbante furgón funerario no buscaban ganarse el cielo. Perseguían algo más terrenal, algo con cuatro ruedas, mucho gas y pocas amistades. Es decir, al propio coche fúnebre. Una negra centella en la que el cuerpo del delito no iba, como es costumbre, en el ataúd -por otra parte, vacío-, sino más bien al volante.Se trataba, según la policía, de José Miguel R. M., de 27 años, y Carlos G. B., de 26, dos conocidos choros, a los que la tentación había podido más que el respeto.

Pasada la medianoche, ambos sospechosos se habían topado en medio de la estrecha calle de Marina Vega (Usera) con el furgón fúnebre. Por lo visto se les ofreció solitario, reluciente..., y, con llaves puestas. Demasiado.

Cuando ambos subieron, el coche aún estaba caliente. De hecho, había llegado al lugar unos minutos antes con tres empleados de la empresa mixta Servicios Funerarios de Madrid. Iban a recoger el cadáver de Pilar Calle, de 80 años, muerta esa misma tarde de mil achaques.

Los empleados de la funeraria, al arribara su destino, no habían encontrado sitio para aparcar. Decidieron, pues, dejar el vehículo en medio de la calzada y apresurarse en el traslado del cuerpo.

Sacaron la camilla -que no las llaves-, subieron en pleno hasta la vivienda -un primer piso- y cogieron el cadáver de la arrugada doña Pilar. Les acompañaban los sobrinos de la difunta. Los operarios apenas tardaron tres minutos en cumplir su cometido. O casi. LAD

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Presa del absurdo

Al regresar a la calle, cadáver en ristre, descubrieron que el coche se había esfumado. Eso sí, sin pompa, discretamente. Como era su costumbre. En su huida dejó atrás unas correas -los ladrones no cerraron las puertas-, tres empleados estupefactos, una familia aplastada y un cadáver sin ataúd.

Un operario, presa del absurdo, no dejaba de murmurar: "Esto no es posible, esto no es posible". Los vivos suspiraban por un coche fúnebre.

El cuerpo de la difunta quedó tendido en el descansillo de la escalera en espera de un nuevo furgón, que llegó a los 15 minutos. Su féretro, mientras tanto, viajaba en compañía de mucha prisa y nueve antecedentes por robo -cinco de José Miguel y el resto de Carlos-. La policía fue alertada.

Las patrullas de la comisaria de Carabanchel calentaron sus motores. A la 1.30, apenas una hora después del robo, un zeta vio pasar ante sus narices la indisimulable prueba del delito. Corría sin recato por la avenida de los Poblados. Hizo caso omiso a la señal de alto. Se inició la persecución. Estallaron las revoluciones. Dos patrullas más se incorporaron a la carrera. Los dos ladrones apretaron el acelerador. En la Vía Lusitana, el escurridizo furgón fúnebre fue capturado. Sus ocupantes, siempre según la versión policial, ofrecieron una tenaz resistencia. A patadas, a puñetazos. Incluso desencajaron la puerta de un zeta. ¿Qué ocultaba tal afán? Un misterio. En comisaría, los detenidos se negaron a declarar. Un familiar de la difunta aventuró la hipótesis de que quizá quisieron utilizar el furgón, de pesada carrocería, para empotrarlo contra algún escaparate y robar. No se sabe.

Lo único cierto es que ambos convirtieron en botín el vehículo de muchas tragedias. Aunque, esta vez, dejaron el muerto atrás.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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