_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No disparan al pianista

Xavier Vidal-Folch

Pese a los denodados esfuerzos de la escena político-mediática interna por empeorarla, la imagen exterior de España todavía no es catastrófica. Y sigue siendo mas que aceptable en los pequeños países del Benelux, como han puesto de relieve la acogida al discurso europeísta del Rey en el Colegio de Europa, de Brujas, el pasado otoño, y la reciente investidura de Felipe González como doctor honoris causa de la Universidad Católica de Lovaina.La Católica escogió a dos presidentes de Gobierno, González y el belga Jean Luc Dehaene, y al escritor judío y premio Nobel de la Paz Elie Wiesel para "conmemorar el 50º aniversario de la liberación de los campos nazis en un tiempo en que se manifiesta una pasividad culpable hacia la cosa pública" y en que "la política se convierte en el chivo expiatorio del desencanto", declaró en el acto de investidura su rector, Pierre Macq. "Rendir homenaje al oficio del político" fue el motivo de la elección de González, añadió su padrino académico, el profesor Phillippe Van Parijs: Lo misino se dijo del primer ministro belga en ejercicio. Algo que resultaría insólito en España, salvo si el político se ha jubilado o fue pasado por las armas tiempo atrás. Van Parijs rizó el rizo. Llegó a comparar el protoeuropeísmo de Luis Vives -a quien calificó de "precursor" del Estado del bienestar- con el de González. Casi le hizo ruborizarse al señalar que se le homenajeaba por haber "combinado tolerancia y solidaridad" y haber impulsado y "la diversidad de culturas y lenguas" ampliando la descentralización al máximo, al mismo tiempo que recreaba la cohesión entre las distintas comunidades autónomas por la vía de incrementar la solidaridad social. Y sin embargo, el padrino no ahorró una referencia a que el oficio de los políticos es difícil porque se les exige utilizar, "incluso frente al terrorismo, aquellos medios que estén dispuestos a asumir y justificar con toda transparencia". ¿Sorprendente contraste con lo anterior? Otro contraste, al menos para los modos españoles. En la ceremonia solemne de homenaje participó también Axel Lefebvre, presidente de la asamblea de estudiantes. Lefebvre, un estudiante descorbatado entre el piélago de togas seda-terciopdo, recriminó a los lovainitas no haberse apuntado a las movilizaciones de sus compañeros de otros centros contra el decreto Lebrun -que impone una, política de austeridad a la ensenanza-, una norma emanada ( ... ) del Gobierno de Dehaene, otro homenajeado.

¿Resulta extraña esa inclinación a dejar apuntados los puntos oscuros cuando se homenajea a alguien? No para los centroeuropeos. De la misma manera que resaltan sin empacho los puntos claros. Y componen así paisaje, políticos e interiores partidistas matizados de claroscuros.

La aversión al auto de fe individual en la cosa pública que practican los países con larga trayectoria democrática no proviene solamente de una inclinación a la elegancia o del equilibrio permanente, reputado necesario, entre partidos, ideologías y culturas. También, y muy principalmente, de considerar que los dirigentes políticos constituyen un patrimonio colectivo, tanto de los partidarios como de sus adversarios. Los relevan en las urnas, les cambian sus papeles en los frecuentísimos, gobiernos de coalición, los jubilan. Pero nunca matan al pianista. No es extraño que Lovaina haya reivindicado la función política - y a quienes la encaman- como un activo de toda sociedad democrática.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

. Los tres pequeños países del Benelux, tan frecuentemente menospreciados por los países grandes aquejados de, melancolía imperial, defienden su fuerza y articulan su presencia en el mundo con cuatro palancas. Una, la potencia bconómico-empresarial: Phillips y Unilever en Holanda, país que, por cierto, exhibe un PIB igual al español; Solvay, en Bélgica; la banca, en Luxemburgo. Dos, un modelo social de bienestar que se traduce en el equílibrio político democristiano-socialdemócrata, con variaciones pero sin rupturas, y en gabinetes de coalición. Tres, un claro compromiso con la diversidad cultural y lingüística. Cuatro, la inversión en capacidades humanas, que estos días tiene un efecto plástico fascinante en la increíble aventura colectiva de los holandeses para hacer frente a los desastres de las inundaciones.

Esta inversión en hombres y mujeres es lo que procura al Benelux -que se apoya también en su función de rótula entre los grandes- una activa presencia en organismos internacionales e instituciones comunitarias. De los nueve presidentes de la Comisión Europea, cuatro han sido belgas, holandeses o luxemburgueses: Jean Rey, Sicco Mansholt, Gaston Thorn, Jacques Santer. De los ocho secretarios generales de la OTAN, también cuatro procedieron de estos países: Paul-Henri Spaak, Dirk Stikker, Joseph Luns, Willy Claes. Sin apostar por el factor humano, habrían embarrancado en el cainismo. En Espana destruimos a Adolfo Suaréz y a su partido -sólo ahora le condecoramos- vamos camino de repetir la operación con Felipe González y más vale que a José María Aznar Dios le coja confesado. Pequeños asesinatos que Lovaina nunca hubiera aplaudido.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_