Un sutil magnetismo
Más de 30 años a sus espaldas tiene la versión escénica de Zeffirelli para La Bohéme. La Scala de Milán ha exportado esta producción al teatro Bolshoi de Moscú, a las óperas de Viena y Múnich, a Montreal o al festival de Pascua de Salzburgo. De ella se ha realizado una versión televisiva que ha dado la vuelta al mundo. Karajan, Carlos Kleiber, Freni, Pavarotti o Cotubras han estado fielmente vinculados a este espectáculo. Ahora, ha llegado a Sevilla.La sensación de ya visto, de ópera de museo no impide una irresistible admiración por un trabajo bien concebido y resuelto. Zeffirelli está más contenido que en otras de sus realizaciones operísticas. El enfoque realista a ultranza, no imposibilita el vuelo poético (absolutamente excepcional el tercer acto, con las parejas en la nieve y el clima de profunda melancolía) o el despliegue técnico (espectacular la utilización de dos niveles en el segundo acto, o la lección de movimiento y transiciones escénicas). La eficacia y la pulcra utilización del espacio y la luz dominan los actos extremos.
La Bohéme
Director musical: V. Sutej. Producción del teatro de la Scala de Milán. Director de escena y escenografía F. Zeffirelli. Teatro Maestranza, Sevilla, 3 de abril.
Un acercamiento a Puccini tiene necesariamente que ser teatral: su música lo es. Pero el teatro no es únicamente representación y escenografía. Las voces, la, orquesta, deben proyectarse en función del drama. Sutej extrajo continuamente de la estupenda Sinfónica de Sevilla, matices, acentos y subrayados. La orquesta se convirtió en un personaje más, en el narrador. Respiró con las voces y se adaptó a sus tiempos y peculiaridades.
El tenor americano S. Neill (Rodolfo) posee una voz cálida y comunicativa. Su línea de canto es fácil y natural: no enfatiza el esfuerzo. La soprano rusa L. Kazarnovskaya (Mimí) frasea con un gusto encomiable. Su fragilidad, su vibración con intención sentimental, le llevan a las puertas de la languidez, estado en el que no se sumerge. Los dúos de soprano y tenor tuvieron sabor, sensibilidad y lirismo, y un ligero sobresalto al final del primer acto. Magnífico, asimismo, el trabajo de D. Pittman-Jennings, Alfonso Echeverria e Iñaki Fresán. A Eteri Lamoris le faltó un punto de mordiente como actriz para redondear su Musetta. Los coros de la ópera de Málaga y del colegio de la Presentación de Granada, así como la banda de música Soria 9 de Sevilla se integraron con espontaneidad al espectáculo.
Lo más logrado de la representación fue, en cualquier caso, el conjunto, la interrelación escena-foso. Había tensión, la música y las voces fluían, interesaba permanentemente lo que estaba pasando en el escenario. El magnetismo del arte lírico se explica por si solo en noches como esta. Se batieron palmas por bulerías; el público (¡qué público!: no hay otro igual en el mundo) estaba enloquecido. Sevilla recupera con brío el pulso operístico.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.