Cuentos de hadas
¿Quién mató al hombre que apareció en las orillas del lago de la Casa de Campo? ¿Quién preparó las bolas de carne picada con alfileres, pedazos de cuchillas de afeitar y arsénico que se han encontrado en el Retiro? Dejemos el cadáver del lago (se trata de una noticia en proceso de descomposición) y gocemos ahora de las bolas de carne picada con alfileres y fragmentos de cuchillas de afeitar y arsénico: eso lo ha hecho un personaje de novela; un loco que se cree que odia a los perros; un tipo con el rencor social en el punto más alto; un solitario que necesita colocar en algún sitio sus afectos; un imbécil que, si tuviera los conocimientos precisos, fabricaría, en lugar de albóndigas, bombas de goma-2. Pero la goma -2 no es fácil de encontrar, de manera que compra carne picada y la amasa en la cocina de su casa -el laboratorio-, sintiendo descargas de placer cada vez que le añade un alfiler o un trozo de cuchilla. Lo del arsénico es un exceso: delata que el tipo ha alcanzado un grado de extravío novelesco; se trata, sin duda, de un personaje evolucionado: ha sintetizado en una albóndiga la brutalidad de la carne picada con la sutileza del veneno blanco. Lo del arsénico es un salto cualitativo en esta clase de locos: no es fácil averiguar en qué productos de consumo habitual se encuentra camuflado. Si ahora lograra sustituir el arsénico por la goma-2, dejaría de ser un imbécil y se convertiría en un patriota de algo: el hábito hace al monje y la goma-2, o el tiro en la nuca, al militante.De momento, afortunadamente, no es más que un loco de novela que necesita hacer algo con las manos porque es muy inquieto. La carne picada constituye una excelente terapia ocupacional. A lo mejor, mientras fabrica albóndigas con sabor a sangre en el paladar, su anciana madre ve Esta noche, sexo en la habitación de al lado. Estos psicópatas suelen ser muy familiares, por eso funcionan tan bien en las novelas. Si Madrid fuera Nueva York, y el Retiro el Central Park, ya habríamos escrito un cuento, un reportaje, un guión, algo, sobre estos tipos que han encontrado el modo de escapar de las novelas y que están invadiendo la realidad. Algo se mueve.
Vean, si no: por el lado del Retiro, Madrid parece una novela de psicópatas, pero por el lado de Carabanchel imita el modelo de los cuentos de hadas. Resulta que han pillado en este barrio a una brujita de 63 años que vendía hachís y canutos ya confeccionados en el quiosco de su propiedad. Algunos dicen que regalaba caramelos con drogas a los niños; esto último es mentira, ya lo sabemos, pero resulta necesario para el. cuento, como la manzana envenenada de la madrastra en Blancanieves. Si hubiera frutas así, capaces de sumergirnos en un sueño de cien años, todos las morderíamos, al menos yo que soy insomne. Ya sé, pues, que esa manzana no existe, pero le viene bien al relato, como el caramelo con droga al quiosco de pipas de Carabanchel. Lo que sí vendía esta mujer a los niños eran canutos y chinas de hachís: una bruja, ya digo; lo que pasa es que los vecinos, en general, afirman que era una bruja buena, gordita, sonriente y simpática, como el hada de La Cenicienta. Además, fiaba a los que no tenían dinero. A lo mejor era un hada que proporcionaba pequeños paraísos artificiales a los cenicientos y cenicientas de Carabanchel. Decía una vecina que en un barrio como ése, donde se vende droga en todas partes, resultaba ridículo detener a la anciana. A mí me parece que esta pipera se ha escapado de un cuento de hadas, que son los mejores cuentos de terror, igual que el de las albóndigas se ha caído de una novela de psicópatas. O sea, que salimos de Málaga y nos metemos en Malagón. Quizá convenga que comencemos a cultivar otros géneros literarios.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.