¡Pobre Buero!
¡Qué difícil es aceptar que tu trabajo no ha gustado! ¡Cómo se necesita creer que las razones de los otros jamás son honestas ni bien intencionadas!La verdad es que otras veces, además de la clásica razón del cobro de derechos de autor de la música de Caimán, se suele decir que realmente: la crítica -mala, claro- de la obra de Buero la hago yo a golpe de codazos a Eduardo Haro Tecglen desde la butaca contigua a la que él ocupa en el estreno.
Siento tener que explicar las circunstancias de la dichosa polémica del cobro, porque he oído tal cantidad de versiones que me gustaba ver crecer el "monstruo" y observar cómo iban apareciendo, según las circunstancias, nuevos detalles escabrosos...
Manolo Collado dirigía la obra Caimán, de Buero Vallejo. Seguramente con la sana intención de halagar al crítico de EL PAÍS y así conseguir una opinión favorable hacia todo lo que rodeara a la función, me pidió, por la amistad que nos unía, que le grabara una melodía que sirviera para mostrar el paso de la realidad al sueño en la citada función. No soy, ingenua, pero creí, que quedaba lo suficientemente claro el tipo de relación entre Eduardo y yo para saber que nuestras actividades no influyen para nada en el trabajo del otro. Pues no, me debí equivocar. Hice -gratis, claro., Manolo era un amigo- la grabación y al día siguiente del estreno se publicó la crítica de Eduardo, mi marido, en este periódico. No, era lo que llamamos una buena crítica, sinceramente.
Hasta entonces nada se sabía de mis derechos de autor. Al cabo de un tiempo -la burocracia de la Sociedad General de Autores también se toma su tiempo- apareció la primera orden de pago a mi nombre por los derechos. Creo recordar que debían ser unas cinco mil pesetas como pago de la parte que correspondía al pago de los derechos de autor de los escasos minutos en los que sonaba la melodía. Es cierto que en cuanto llegó el recibo pensé en lo mal que, le sentaría a Buero el tener que ceder esa parte de su dinero por culpa de unos sonidos insignificantes y además cedérselos a la esposa del crítico cruel, pero no calculé que su reacción iba a ser violenta. El presidente de la Sociedad de Autores me llamó, a título personal como amigo de las partes, y me dijo que Buero estaba muy enfadado y que dejaba claro que esa melodía no merecía pago alguno, además de que eran unas notas, ya utilizadas por Mozart y que debían tener carácter popular. A los dos nos sobraban las razones para sonreír mientras yo preparaba el talón bancario a nombre de Antonio Buero Vallejo por el valor del famoso pago de autores. Y nada más. Pero siento que por aquella irrisoria situación, Buero y sus amigos lleven años pensando que todo para ellos sería diferente si hubieran sabido halagar y regalar suficientemente a la esposa de un crítico. Pobre Buero.- .
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