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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sacudidas en Moscú

LA EXTRAÑA reunión que Yeltsin convocó el 11 de enero para dar la impresión de cohesión en la cúpula del poder ruso ha sido tan contraproducente como otras recientes del presidente ruso. Ha puesto de relieve hasta qué punto las operaciones en Chechenia han conmovido los cimientos del Kremlin. ¿Se decidió en dicha reunión destituir al ministro de Defensa Grachov, sobre el que recaen las mayores críticas por el desastre militar del asalto a Grozni? Tal versión no ha sido confirmada y todo indica que, en medió de las profundas contradicciones que existen en el Ejército, Yeltsin duda antes de sustituir a Grachov. La otra decisión -subordinar el Estado Mayor al mando directo de Yeltsin- ya ha provocado una respuesta negativa del general Kolésnikov, jefe de dicho órgano. Al pedir una comisión que estudie el problema ha cuestionado directa y abiertamente la orden.En todo caso, está claro que Yeltsin convocó a esa reunión al jefe del Gobierno y a los presidentes de las dos Cámaras del Parlamento para dar la sensación de que cuenta con un respaldo constitucional, precisamente en un momento en que su autoridad política está por los suelos y en que, tanto desde posiciones liberales y democráticas como desde los medios nacionalistas y comunistas, llueven las críticas contra él. Unos, por emplear la fuerza militar contra una región con la cual consideran que se puede llegar a una solución política. Otros, por haber realizado la intervención militar de la manera más desastrosa, dando una imagen de absoluta incapacidad de las tropas rusas y recurriendo a unos bombardeos salvajes de la población civil cuyo efecto ha sido levantar a la opinión internacional contra los atacantes rusos.

En estos momentos de caos en Moscú (con la Duma incapaz siquiera de votar una resolución sobre la situación política), el jefe de los independentistas chechenos, Dudáiev, organizó una conferencia de prensa en el propio Grozni, desmintiendo las afirmaciones rusas de que se había refugiado en las montañas. Lo interesante de estas declaraciones, realizadas por un hombre que siempre ha alardeado de una intransigencia total ante los rusos, es que ha aceptado la posibilidad de una negociación en la cual se estudiaría "el rango" de la república chechena. Ello indica que, ante la superioridad indiscutible de los rusos si prosigue la lucha militar, el intransigente Dudáiev de ayer ofrece soluciones intermedias. Rusia es una federación con repúblicas no todas idénticas. Tatarstán, por ejemplo, después de proclamarse independiente, tiene ahora un estatuto mutuamente aceptado.

Falta por saber si existe en Moscú un poder capaz de hacer una modificación profunda de la política absurda aplicada hasta ahora. Sin duda hay sectores democráticos importantes, como el que encabeza el ex primer ministro Gaidar, que han tomado clara posición desde el principio contra la guerra y por una solución negociada. Pero Yeltsin ha terminado por eliminar de los cargos de alta responsabilidad prácticamente a toda persona sensata. Y el presidente no parece precisamente capaz de compensar este déficit de racionalidad que ha provocado en su entorno.

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