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¿Qué Prado?

Carmen Alborch ha dado el pistoletazo de salida para el futuro del Museo del Prado, Uno de los grandes tesoros nacionales empieza la cuenta atrás de una larga: reforma que, si se logra concluir, supondrá su definitiva transformación en un museo moderno; un cascarón capaz de albergar las viejas colecciones reales en pleno siglo XXI. Una vieja necesidad que estaba convirtiendo al Prado en un museo obsoleto, sobre todo después de las radicales reformas del Louvre y de la National Gallery de Londres.Habrá un volumen máximo de 32.000 metros cuadrados en un nuevo edificio que se construirá detrás del palacio Villanueva y otros 9.000 sacados del Museo del Ejército (que en la práctica duplicarán los 26.000 actuales que se calcula que existen en los dos edificios del Prado), habrá un concurso internacional de ideas y habrá 20.000 millones de pesetas a pagar en muchos años para hacer el sueño realidad. Y deberá haber, también, una enorme polémica.

La jugada tiene muchas bandas. En primer lugar, se trata de la intervención urbanística más importante abordada en Madrid en los últimos años. La situación del museo en una de las zonas más nobles de la ciudad no admite cualquier solución. El concurso internacional es la mejor vacuna para evitar remedios caseros, como la última propuesta por Partearroyo, que fue presentada y retirada en pocas, horas hace solamente un par de años.

El segundo dato es el propio edificio Villanueva, que representa uno de los mejores ejemplos de la arquitectura española del siglo XVII y exige, por tanto, talento y respeto. La incorporación del Museo del Ejército (parte, junto con el Casón, del antiguo Palacio del Buen Retiro) añade nuevos valores históricos

La tercera parte es la más importante. ¿Qué Prado quiere el Ministerio? ¿Qué Prado queremos todos? El futuro. del museo no se salda con un gasto enorme y unas espléndidas instalaciones. Tiene mucho que ver no solamente con los cuadros que se exhiben, sino también con el cómo se exhiben. El problema no es académico, ni bizantino. Se refiere a los usos que hacen los ciudadanos y el carácter didáctico de estos centros de cultura. La selección de los cuadros, su número, su distribución física y los distintos recorridos del museo son el eje del problema.

La revolución del Prado no debería hacerse para poner unas tiendas más grandes (que sin duda hacen falta) y unas cafeterías más agradables. Eso no merecería ni el tiempo, ni los trabajos, ni los dineros que va a costar la operación.

De lo que se trata es de saber, por ejemplo, si el nuevo Prádo será un museo-muestra con un recorrido básico para turistas y visitantes veloces capaz de dar a conocer lo mejor de Tiziano, Velázquez, Rubens, Murillo, El Greco, Ribera y Goya en menos de una hora y el resto de las obras estará colocado de una forma más organizada para interesados. O, por el contrario, se elegirá un modelo de museo total más ortodoxo, que resulte directamente inabarcable. Y cómo influirá esta decisión en el ridículo millón y medio de visitantes anuales que entran actualmente.

Lo que importa es el meollo del Prado. Lo que va a pasar con las colecciones del siglo XIX o con el impresionante Salón de Reinos de Felipe IV, que ahora se incorpora con el edificio del Museo del Ejército y puede convertirse en una parte fundamental del nuevo museo. O despejar la duda de si el actual director, José María Luzón, es la persona adecuada para encabezar un proyecto de esta envergadura. No van a faltar piezas para el debate. Por eso está bien que empiece pronto y que los protagonistas sepan que se juegan mucho más que unas sonrisitas y una inauguración que, en cualquier caso, a ellos no les corresponderá hacer dentro de 10 años. Y, sobre todo, que no puede volver a repetirse el desastre del Teatro Real, donde la mala gestión del Ministerio de Cultura ha provocado y consentido que las obras se alarguen sin fin y los gastos se multipliquen sin límite. El Prado es lo más serio que tenemos.

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