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El embajador guerrillero

Mario Vargas Llosa

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Por lo común, la prensa internacional habla de Brasil para referirse a las muchedumbres hambrientas de sus favelas -las de Río de Janeiro han estado muy publicitadas desde que el Ejército las invadió en busca de narcotraficantes-, los escándalos de corrupción y proezas sexuales de sus políticos o su pintoresco Carnaval. Pero rara vez habla, digamos, del excelente teatro de Sao Paulo, uno de los más fértiles e innovadores en el mundo, de la rica literatura moderna brasileña, o, en ámbito social, de Curitiba, una ciudad donde, sin aspavientos, un Alcalde excepcionalmente creativo encontró soluciones eficaces para problemas urbanos que constituyen terribles quebraderos de cabeza en todo el planeta: la basura, el transporte y la preservación del medio ambiente.Jaime Lerner es arquitecto y urbanista, pero debe ser, sobre todo, un predicador muy persuasivo, pues, en sus dos períodos como burgomaestre no sólo transformó el rostro físico de Curitiba sino también la cultura cívica del vecindario. Todos los nativos se ufanan ahora ante el forastero de lo limpias que mantienen las calles, de la profusión de parques interconectados por una maraña de senderos para paseantes, corredores y ciclistas que refrescan la ciudad y, sobre todo, del ingenioso diseño del tránsito que subdivide Curitiba en avenidas de circulación rápida -que cruzan todo el casco urbano y son las únicas por donde circulan los transportes públicos- y las calles adyacentes, donde el discurrir de vehículos es más pausado.

Las compañías de autobuses son privadas y compiten por el favor del público, dentro de un régimen de estricta legalidad. Lo más original de este sistema son, sin duda, las bellas estaciones de las esquinas, de cristal y cilíndricas, en las que el, pasajero adquiere y entrega el pasaje antes de entrar al autobús, y dotadas de una plataforma a la misma altura del pescante del vehículo, de modo que la subida y bajada de los. pasajeros es rapidísima. Jaime Lerner ha sido elegido en las últimas elecciones gobernador del Estado de Paraná y la gente se pregunta si será capaz de producir a nivel estatal los notables cambios que trajo su gestión a su ciudad.

Quien lo ha sucedido como Alcalde de Curitiba fue su brazo derecho, el simpático y robusto Rafael Greca de Macedo, quien, emulado por los logros de su predecesor, se ha lanzado a construir unas bibliotecas para niños en forma de empinados faros, multicolores y vertiginosas (para quien sufre de mal de altura). Él me asegura que han sido diseñadas tomando como inspiración a la primera biblioteca que recuerda la historia, la de Alejandría, y yo le creo. ¿Por qué no le creería, después de haber visto con mis propios ojos que era cierto que Curitiba tiene una ópera construida no con mármol ni fierro ni concreto sino con alambre? Está ahí, inmensa, insólita concentracionaria, entre un parque y un lago, y en ella cantó Pavarotti ante miles de miles de personas que no sufrieron ni un rasguño.

Es verdad que el Sur del Brasil es distinto del Norte y que, aquí, las huellas de las grandes corrientes migratorias venidas de la Europa germana y eslava son visibles. Hay en esta zona un millón de brasileños descendientes de polacos, y en un parque de Curitiba visito las cabañas, idénticas a las de la campiña de Cracovia, de los pioneros, conservadas como reliquias, con sus vírgenes, sus ruecas y cucharas de palo, y sus techos cónicos preparados para recibir una imaginaria nieve nostálgica. Varios dirigentes del Instituto Liberal de Paraná, ante el que he venido a hablar, tienen apellidos polacos y recuerdan, con orgullo, la visita del Papa.

Los Institutos Liberales de todo el mundo -yo formo parte, de uno de ellos y he visitado muchos otros- se conforman generalmente de cuatro gatos entusiastas, unos cuantos empresarios y otros cuantos académicos, cuya formación en teoría económica y filosofía política suele ser tan espléndida como su ineptitud para sacar las magníficas ideas que defienden de la catacumba y llevarlas al gran público. Carlos Alberto Montaner cree que esta dificultad visceral de las ideas liberales -en comparación con las socialistas, por ejemplo-para suscitar una mística popular y contaminar a vastos sectores radica en que el liberalismo contradice el sentido común, las supuestas evidencias cognoscitivas. En efecto, ¿cómo aceptarán una ama de casa o un cajero que mientras menos órdenes dé un gobierno en materia económica, la economía de un país será más ordenada y se cuibrirán mejor las necesidades de todos? ¿Por qué creerían un mecánico o un albañil que la mejor manera como un gobierno puede ayudar a crear nuevos empleos y a defender los salarios es literalmente no haciendo nada al respecto, es decir, dejando al mercado resolver el problema?

Los liberales tienen, desde luego, abrumadoras estadísticas para demostrar que es así, pero una tradición poderosísima de ideas recibidas, de mitos, de clisés, de estereotipos, de prejuicios y fabulaciones ideológicas -algunas de gran incandescencia emotiva- suele prevalecer sobre esas demostraciones razonables y racionales, frías como pescados. Muchos seres humanos se han hecho matar por causas nobles y por estupideces sin cuento; pero nadie ha estado todavía dispuesto -ni lo estará sin duda jamás- a ir a la hoguera o ante el pelotón de fusilamiento por la estadística. Por eso, me temo que mucha gente siga estudiando todavía a Marx y muy pocos a Adam Smith. Éste estaba más cerca de la verdad racional que aquél, desde luego, pero su verdad era insípida y confinada en el ámbito de la inteligencia, en tanto que las argumentaciones de aquél se alimentaban de todas las pasiones que han mantenido vivo, a lo largo de la historia, el sueño mesiánico. ¿Cómo podría competir con el barbado profeta del apocalipsis histórico ese apacible escocés enemigo de todos los controles al comercio que -¡burla de burlas!- terminaría su vida de benigno aduanero?

Pero si hubiera muchos liberales con el ímpetu polémico y la militanda combativa del embajador José Osvaldo de Meira Penna otros gallos cantarían a la esmirriada grey liberal. El eufórico nombre parece demasiado largo para la menuda y ascética figura del anciano caballero al que conocí aquella noche en Curitiba. Vestido de punta en blanco, decía galanterías y ayudaba a sentarse a las damas. Pero no era ni remotamente aquel prototipo de diplomático que Jorge Edwards llama "el tigre del cóctel". En la mesa, durante la cena, lo oí en dos o tres ocasiones intervenir con tan fina ironía y trastrocar de pronto con una simple apostilla un intercambio banal en una compleja discusión, que esa misma noche comencé a hojear los dos libros suyos que me regaló. ¡Vaya sorpresa! No pude dejarlos hasta acabar con los dos.

El embajador Meira Penna (ya retirado del servicio y profesor ahora en el Universidad de Brasilia) es un hombre de gran cultura que ha leído todos los grandes clásicos y modernos del pensamiento liberal y hecho del libéralismo una doctrina viva y operante, que utiliza para analizar con enorme sutileza los problemas políticos y culturales de la actualidad. Es, también, un formidable polemista, y en A ideologia do século XX dinamita uno por uno todos los fetiches del populismo, confundiendo en esta ideología, con razones avasalladoras, como lo hiciera Hayek en Camino de servidumbre con el nazismo y el comunismo, a marxistas, nacionalistas, socialistas, fascistas y tercermundistas. Sus tesis de que, pese a las diferencias entre ellas, todas es tas doctrinas comulgan en el es tatismo y son variantes del colectivismo, refuerzan el Estado nación y recortan , o anulan la soberanía individual y resultan, por lo mismo, a la corta o a la larga, incompatibles con una economía próspera y una democracia genuina, son contun-

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El embajador guerrillero

dentes y están sustentadas con ejemplos tomados de la historia, del siglo XX, por la que el embajador Meira Penna, se mueve como un gato por un tejado. Perolos casos más luminosos -y a menudo más tristes- que trae a colación tienen que ver casi siempre con la realidad del Brasil -con la tragedia del Brasil- país al que en las páginas crepitantes de estos ensayos, vemos una y otra vez frustrarse en sus aspiraciones de desarrollo por la insensatez y la demagogia de sus gobernantes.Pero es, sobre todo, el otro libro de Meira Penna, Opçao preferencial pela riqueza (Río, 199 1) el que me ha parecido más subyugante. El embajador comparte su curiosidad intelectual por la filosofía económica y política liberal, con una profunda adhesión a las teorías. psicoanalíticas de Jung (en cuyo Instituto de Zúrich estudió) y la teología, pues se trata, además, de un creyente y practicante del, catolicismo. Los capítulos de este libro quieren integrar estas tres vertientes de pensamiento en una síntesis, y aunque no siempre estos esfuerzos tengan el mismo poder persuasivo, a menudo desembocan en,hallazgos brillantos y creativos.

La teología de la liberación es, naturalmente, el blanco pro dilecto del raciocinio demoledor de Meira Penna, quien, poniendo bajo el escalpelo del análisis lógico la "opción preferente por la pobreza" de sus propugnadores, concluye que, si éstos fueran. coherentes con sus tesis y las llevan a las últimas consecuencias, deberían oponerse abiertamente a toda política de desarrollo y progreso material de la sociedad, y hacer algo así como un modelo o prototipo moral de Somalia, Ruanda o Abisinia, donde, en efecto, la sociedad eÍntera ha llegado a la fraternidad universal del hambre y la miseria compartidos.

Rechazar la riqueza como un desvalor, satanizar a quien la crea como un enemigo del espíritu y traducir en valores políticos y sociales la renuncia a los bienes materiales y la, escasez y la privación física, puede dar una buena conciencia "social" a unos cuantos creyentes ingenuos o vivos o incautos, pero, como alternativa para el conjunto de la sociedad, semejante filosofía sólo puede realizarse en un pueblo de ruinas humanas, en un conglomerado de primitivos tuberculosos. "Si sólo los pobres y sus defensores se salvarán", dice Meira Penna, "el enriquecimiento de todos los hombres que trajo consigo la Revolución Industrial ha condenado al mundo entero a su perdición".

El embajador Meira Penna jironiza con cierta crueldad respecto a algunos pensadores y políticos brasileños, como Hélio Jaguaribe y el recién electo Presidente Fernando Henrique Cardoso, que defienden ahora tesis como la descentralización del poder y la privatización de la economía, cuando, apenas hace cuatro años, en las elecciones pasadas, ambos apoyaron la candidatura de Lula, quien, de ganar, hubiera aplicado en Brasil políticas radicalmente populistas. Y recuerda que los dos fueron -sobre todo Fernando Henrique Cardoso- grandes teóricos y promotores de la "teoría de la dependencia", que alentó en todo el continente el nacionalismo económico y el crecimiento elefantiásico del Estado, lo que retrasó terriblemente el desarrollo de América Latina.

Es en lo único en que no con cuerdo con el aguerrido embaja dor. ¿Por qué Cardoso y Jaguaribe no habrían aprendido la lección de lo ocurrido en el mundo en los últimos años, sobre todo desde la caída del muro de Berlín y el desplome del mito colectivista y estatista? No todos son capaces de ver claro, desde el principio, en el abstruso y conflictivo campo de las ideas políticas, los sistemas filosóficos y las teonas económicas. A muchos nos ha costado trabajo -traspiés, dudas polémicas, desgarradoras revisiones- llegar a unas conclusiones que a él, por lo visto, lúcido privilegiado, se le aparecieron como evidentes desde el primer momento. Lo importante en el caso de Fernando Henrique Cardoso no es lo que pensó y escribió sino lo que dijo y prometió en su campaña electoral, el programa por el que fue elegido. Ese programa está en la línea de la modernidad y quienes, como el embajador Meira Penna, tienen las ideas y los principios que la encarnan, deben ahora recordárselo y ayudarlo a cumplirlo.

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