Muerte digna
Por si acaso podemos seguir recibiendo desde su diario opiniones sobre el tema del que empezó a escribir Francisco Tomás y Valiente en las páginas de Opinión del sábado 10 de diciembre de 1994, quiero hacerme partícipe de esa llamada a todos y escribir un poco sobre el derecho a tomar una "decisión propia sobre la propia vida, sobre el fin de la propia vida". Sólo trato de constatar un hecho que supone una contradicción del sistema tanto sanitario como jurídico de este país.Por un lado, cuando una persona (en este caso un amigo tan querido como añorado ahora, después de su muerte) ya no tiene clínicamente esperanzas de vida (fase terminal de enfermo afectado por VIH), no puede decidir, aunque conscientemente lo desee, cómo, cuándo y dónde quiere morir. Pero, sin embargo, sí se admite la intervención bajo cuerda de amigos para acelerar ese final. Es decir, decisiones como dejar de alimentarle, procurarle la total inconsciencia con medicamentos tolerados, etcétera. Decisiones muy dolorosas tanto para el enfermo como para las personas que le rodean y que sólo actúan como tapaderas del vacío legal, de la indiferencia clara ante estas situaciones. En definitiva, me gustaría hacer notar aquí que, si el sistema no está preparado para procurar una muerte digna, qué menos que reflexionar sobre ello.
Nuestra experiencia ha sido dolorosísima. Personas que no estan preparadas, como nosotros, para un fin así, lento, tormentoso y falto de calidad sanitaria; sí, pensamos,; sí, hubiésemos admitido la muerte elegida por nuestro amigo si hubiera sido posible. Pero, a la contra, tuvimos que asumir la tiranía de un sistema que rechaza enfermos terminales en sus hospitales y da consejos para que día a día, mes a mes, facilites el fin de una vida. Eso fue lo que hicimos; evitar el dolor con drogas admitidas, permanecer a la espera del fin.
Pero, se lo aseguro, nos hubiera reconfortado más ante la muerte inevitable que nuestro amigo, cuando aún podía, se hubiera despedido de nosotros y del mundo que le rodeaba con un adiós digno, no como sucedió: inmóvil en su cama, sin poder hablar, ver y, sin embargo, cons
ciente de su dolor y del sufrimiento de los que le cuidábamos. Mi querido amigo, gran amante de la vida, que sintió que su amor a la misma le servía en esos momentos para admitir el fin, no pudo realizar ni transmitir esta valiosa convicción profunda, lo que es moral, afectiva y sentimentalmente inadmisible, insufrible. Por favor, sigamos reflexionando.-
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.