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Drogas, ¿que drogas?

Emilio Lamo de Espinosa

El debate sobre las drogas se enfrenta aún con un doble y muy serio problema que creo acaba desvirtuándolo casi por completo, esterilizando los argumentos.El primer problema es de tipo histórico: el tradicional enfrentamiento entre quienes defienden la criminalización del uso y consumo de drogas, de una parte, y quienes defienden, no ya la despenalización, sino la legalización, de otra, conduce a un callejón sin salida. Es cierto que la vía penal, ensayada tozudamente desde hace décadas, ha fracasado estrepitosamente. Se trata de uno de los más claros ejemplos de efecto perverso e incluso de iatrogenia: se produce lo contrario de lo que se desea, se refuerza la patología más que la salud. Los mecanismos son bien conocidos y los sociólogos llevamos analizándolos décadas. En pocos casos se ha podido predecir con tanta claridad lo que iba a ocurrir. Yo mismo vaticiné, en 1980, la corrupción de la policía de aduanas y la emergencia de mafias en España cuando todo ello no existía. Se sabía que iba a ocurrir, pues había ocurrido en todas partes. Y ocurrió.

Pero es evidente que la despenalización sin más, y no digamos la legalización, puede conducir a resultados igualmente perversos. Más allá de argumentos teóricos irrebatibles (los ciudadanos adultos tienen derecho a hacer con su vida y salud lo que les dé la gana), ciertos, pero no generalízables (¿acaso no obligamos a los motoristas a llevar casco o a los conductores a ponerse el cinturón de seguridad?), y que pueden aceptarse para una élite intelectual e ilustrada, la realidad es que la legalización incrementaría mucho más el consumo de ciertas drogas entre la población joven y marginada de las grandes ciudades, algo que debe evitarse a toda costa.

A mi entender sólo hay un camino que nos saca de este impasse político: darse cuenta que la palabra droga es un estereotipo, no un concepto, que junta cosas que deben separarse y separa cosas que deben juntarse. Pues efectivamente bajo esa etiqueta estamos subsumiendo productos tan distintos como la heroína, el crack, la cocaína, el hachís, la marihuana o las drogas de diseño como el éxtasis. Pero al tiempo dejamos de subsumir otros productos como el alcohol (¿quién duda que es fuertemente adictivo?; hay 10 alcohólicos por cada heroinómano), las anfetaminas o los barbitúricos y un sinfín de fármacos. De modo que la etiqueta es un estereotipo cultural occidental que junta lo que esa cultura considera exógeno o foráneo y sepáralo que considera usual o normal.Tratar de hacer una política (penalizadora o legalizadora) sobre las drogas es, pues, tan absurdo como tratar de hacer una, legislación para los móviles sin percatarse que algunos van por tierra, otros por mar y otros por el aire. Que estamos hablando de cosas muy distintas. Y que de igual modo que la legislación farmacéutica no trata igual las aspirinas que el rohipnol, la legislación no debe tratar igual la marihuana que la heroína, el alcohol que el tabaco, las anfetaminas que el crack.

La distinción entre drogas débiles y fuertes trataba de captar esa complejidad, pero puede que simplificándola en exceso. Hay drogas débiles o muy débiles, fuertes o muy fuertes, y ello además dependiendo de la variable que se analice (adicción, efectos fisiológicos, etcétera). De modo que se hace imperioso separar y discriminar, valorar los usos sociales, analizar cuáles están culturalmente integradas o no, en relación con qué productos hay rechazo social o aceptación y regular según la nocividad fisiológica o so cial. del producto. Cuando alguien nos hable, pues de drogas, lo primero que debemos preguntamos es de qué está hablando. Sospecho que si dejáramos de hablar de drogas y empezáramos a hablar de productos concretos, podríamos avanzar mucho camino sin discutir tanto.

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