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Entrevista:Jacques Santer | Presidente entrante de la Comisión Europea

"Si no hay moneda única en 1999, fracasamos"

Xavier Vidal-Folch

Alcanzar la moneda Única en este siglo y profundizar en la construcción comunitaria para que las futuras ampliaciones no la diluyan son los grandes objetivos del nuevo presidente de la Comisión, el luxemburgués Jacques Santer, que hoy reúne por segunda vez a los miembros de su equipo. Su receta para después de Maastricht: incrementar la democracia y simplificar procedimientos.

Jacques Santer nació en Luxemburgo (1937), estudió Derecho en Francia (licenciatura en Estrasburgo, doctorado en París) y apuesta por una Europa federal a la manera de los alemanes. Esta mezcla no es explosiva. Santer luce suaves maneras. Exhibe mejillas sonrosadas, un mirar algo travieso. Envuelve en volutas de cigarro frágil una astucia demócrata-cristiana quizá demasiado confortable para ser suficientemente asesina. Es el primer ministro de un país breve y creso. Mandará en la Comisión Europea, donde sucede a Jacques Delors, desde el 23 de enero próximo hasta la primera semana del siglo XXI.

Miércoles, 10 horas. Número 4 de la avenida de la Congregación, escueto palacio presidencial de Luxemburgo. Jacques Santer recibe a EL PAÍS en su primera entrevista a la prensa internacional como presidente entrante de la Comisión, que hoy se reúne en Bruselas por segunda vez.

Pregunta. ¿Cómo querría ser recordado cuando acabe su mandato en la Comisión?

Respuesta. Ja, ja, ja. Empieza usted por el final.

P. Para saber con qué parámetro habrá que juzgarle.

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R. Me gustaría haber sabido reconciliar el continente europeo en un conjunto arquitectónico coherente. Haber manejado el desafío de la ampliación al Este y al Sur y consolidado el acervo comunitario para hacer con él un continente que pueda afrontar los grandes desafíos económicos con los grandes bloques, como EE UU. Hacer a Europa más sólida y competitiva. Es un desafío de civilización.

P. Para lograrlo, ¿qué prioridades se fija?

R. Las vías están bien trazadas tras el Consejo Europeo de Essen. Primero, consolidar el acervo comunitario y revisar los problemas de arquitectura en 1996. Acabar el mercado interior, que está casi completo, pues los miembros han adaptado ya casi el 90% de sus directivas. Y coronarlo con la Unión Económica y Monetaria (UEM): estoy muy comprometido en ella, pues contra lo que algunos creen, es un proyecto político. Segundo, llevar a buen puerto la ampliación. Tercero, responder a los retos del Libro Blanco, sobre todo el empleo. Hasta el momento se ha desarrollado la discusión y las estructuras. Hay que llenarlas. Yo soy un hombre pragmático, un gestor, me gusta pegarme al terreno.

P. Muchos dudan de que la moneda única sea posible en los plazos de Maastricht.

R. Hay que cumplir el Tratado. La Comisión es su guardiana, y haré lo imposible por cumplirlo. El Tratado de la Unión indica una fecha para la tercera fase de la unión monetaria, 1997. Trabajaremos en ella. Si no se juega entonces, queda 1999. Y para entonces hay que llegar de todas todas, es algo esencial. Si antes de fin de siglo no hemos alcanzado la moneda única, habremos fracasado. Quiero hacer honor al compromiso de culminar lo que mi antecesor como ministro de Finanzas y primer ministro de Luxemburgo, Pierre Werner, puso en marcha en 1971, con el famoso Informe Werner. Más que discutir ahora grandes planteamientos, se trata de ejecutar lo ya previsto.P. ¿Con qué países? ¿Podrán llegar todos?

R. Estoy esperanzado, por varias razones. Ha cambiado la coyuntura, todos los países crecen, eso impulsa el mercado interior, y por tanto su culminación, la unión monetaria. Y el Sistema Monetario Europeo (SME) ha resistido mejor de lo que se previó en 1993.

P. Con unas bandas demasiado anchas, del 15%.

R. Son anchas, sí. Pero ningún Estado ha hecho uso de la posibilidad de emprender devaluaciones competitivas, y han evitado la especulación.

P. ¿Cómo prevé la llegada a la moneda única, de repente o en un largo proceso?

R. El Instituto Monetario Europeo está estudiando cómo se aborda esa tercera fase. Me ocuparé activamente de ello, y seremos imaginativos. Pero antes hay una condición previa, el cumplimiento estricto de los criterios de convergencia.

P. Algunos los cuestionan. El ministro italiano Antonio Martino insiste en que Bélgica y su país, Luxemburgo, comparten moneda, pese a que sus deudas públicas registran diferencias abismales.

R. Precisamente, la pequeña experiencia de Luxemburgo demuestra la necesidad de la convergencia [en deuda, déficit, inflación, tipos de interés]. Estarnos asociados monetariamente con Bélgica desde 1921. Y cada vez que ha habido una divergencia macroeconómica sensible, se ha trasladado al ámbito monetario en forma de tormenta. Ocurrió con la devaluación del fránco belga en 1935, o en la de 1982. Ahora Bélgica está aplicando un programa de rigor y está mejorando, pero si de repente su deuda aumentase en vez de bajar, tendríamos dificultades monetarias. Nuestra experiencia histórica me ha creado una convicción muy firme: no se puede hacer una unión monetaria sin previa convergencia económica. Nada de propuestas del tipo que conviene interpretar los criterios. Se acordaron, ahí están y hay que cumplirlos.

P. No todos los Estados miembros podrán alcanzarlos a tiempo.

R. Se ha destacado poco un hecho importante. Todos han establecido programas de convergencia, lo que evidencia un buen estado de ánimo, una comprensión del problema, un deseo de adecuarse. Esto es algo nuevo. En 1979 yo era ministro de Finanzas y la actitud era muy diferente, unos hacían hincapié en unas políticas, otros en las contrarias. Pero hoy no. Hoy la política económica es la misma en todas partes, aun cuando sus resultados difieran. Hay ya una convergencia en la acción política. ¿Que recoge más éxitos en los países del Norte que en los del Sur? Pues para eso está la UE, para darles a éstos los medios, los fondos estructurales y el de cohesión, que les permitan alinearse. Los autores del Tratado de la Unión lo establecieron claramente: no se puede abandonar a nadie, hay que darles instrumentos para que alcancen también el objetivo común, ése es el espíritu de la UE, penetrado de solidaridad.

P. Los avances de la UE, en lo económico y monetario, pese -a todo, están a años luz de los sociales. Hay un desequilibrio.

R. El Libro Blanco consagró la prioridad del empleo. Y en Essen se ha establecido algo cuya importancia ha escapado a muchos, la vigilancia anual sobre la evolución del empleo. Los ministros de Trabajo deberán rendir cuentas, de forma similar a como lo hacen los de Economía sobre los criterios de convergencia.

P. Cierto, pero es un poco retórico, no hay objetivos, ni mecanismos, ni sanciones, como en el. déficit público.

R. Puede hacerse una lectura retórica. Pero trabajaremos para que no sea así. Es una tarea para la próxima Comisión. Yo soy un adepto del diálogo social. Estoy a favor de la concertación.

P. Con una Europa a 15, o a 21 cuando entren los países del Este, la UE corre el peligro de dispersión.

R. Debemos tener éxito en la Conferencia Intergubernamental de 1996 [que debe reformar el texto de Maastricht]. Debe demostrar que el desarrollo y la ampliación requieren instituciones fuertes, para evitar ese peligro de desagregación. Estoy y estaré en contra de que la ampliación al Este diluya las instituciones, comunitarias y convierta a la Europa comunitaria en una mera zona de libre cambio. Sería contrario al espíritu de la Unión. De modo que hay que consolidar, profundizar, si queremos evitarlo. Hay que crear un cemento para que, a pesar de los avatares en distintos Estados miembros, la Unión perdure. Ése era el pensamiento de Jean Monnet, que hizo una contribucón heteróclita desde el punto de vista jurídico, pero eficaz. Aunque era un visionario, era también un pragmático, aprendió de las lecciones de la historia. A mí me gusta el pragmatismo.

P. ¿Qué ideas tiene para la reforma de 1996?

R. No puedo hablar todavía en nombre de la Comisión, sino a título personal. Hay que incrementar la democracia, simplificar procedimientos. Y aplicar la subsidiariedad, distinguiendo entre competencias europeas, nacionales y regionales. Los nórdicos nos ayudarán en la mejora de la toma de decisiones, en la transparencia, porque aunque susciten problemas, toda ampliación enriquece la cultura política, ya ocurrió con España y Portugal, que trajeron la apertura al Mediterráneo.

P. ¿Eliminar el voto por unanimidad, que equivale al veto, como propone el documento de los democristianos alemanes?

R. El análisis de ese documento es muy bueno, aunque algunas propuestas eran poco diplomáticas, provocadoras [se refiere a la mención a los países que no entrarían en el núcleo duro]. Lo bueno es que ya ha provocado debate. ¿Cuál será al final la actitud de los grandes países? Habrá que encontrar fórmulas de consenso sobre la ponderación del voto en el Consejo. Personalmente, estoy muy de acuerdo con las propuestas alemanas. Pero debemos conseguir al mismo tiempo que la UE funcione y salvaguardar en cierta medida la identidad de los distintos Estados miembros, como indica Maastricht. Y tendremos que asociar a los Parlamentos nacionales en el proceso, como ya ha reclamado el presidente del Parlamento Europeo, Klaus Hänsch.

P. El viernes [por hoy], celebra la segunda reunión de su Comisión.

R. Discutiremos de estas cuestiones programáticas, para que todos puedan aportar. Y formalizaremos los grupos de trabajo internos, porque no siempre el principio de colegialidad ha quedado salvaguardado. No quiero que haya cotos particulares. Trabajaremos en grupos, no muy grandes, pero compactos.

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