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Hacer la carretera

Las prostitutas se juegan el tipo en la antigua N-II

Antonio Jiménez Barca

Hace media hora que ha anochecido y los coches vuelan por la antigua carretera de Barcelona, a un kilómetros de Alcalá de Henares. En el arcén, cinco prostitutas disponen de pocos segundos para exhibirse a los conductores. Aquí no se hace la calle, se hace la carretera, y de cuatro carriles. Ni siquiera dos metros separan al automóvil que pasa disparado y a la mujer vestida de rojo. Las mujeres que eligen como esquina un trozo de la antigua nacional II tienen que acostumbrarse a coquetear con la muerte, además de soportar la prostitución y convivir con la heroína.No todas lo han conseguido: María murió arrollada el 8 de noviembre por un automóvil cuando, acompañada de un cliente de 58 años, cruzaba la carretera. Un conductor los descubrió tumbados en el asfalto. El coche que les atropelló puso millas por medio.

El cliente permanece ingresado en el hospital Príncipe de Asturias. En octubre, otro coche fracturó tres costillas a otra mujer. Cuentan sus compañeras que todavía no sale nada de casa en donde: se recupera del topetazo.

"Es peligroso, pero si te apartas del arcén los coches no te ven, y si no te ven, ¿para qué estás aquí?", cuenta una mujer de 28 años una hora antes de que se ponga el sol. "No me gusta nada trabajar por la noche, porque no hay manera de evitar el peligro", añadía. Pero el horario depende más del número de clientes que de la voluntad. A las siete y media de la tarde del martes, cuando la carretera sólo está iluminada por los faros de los coches, la mujer aún espera un cliente en el arcén.

Esta misma mujer afirma que un año atrás había mujeres que se ponían en los alrededores de la estación, del casco urbano: "Pero la policía nos echó."

Un portavoz del Ayuntamiento de Alcalá lo confirma: "Las prostitutas se ponen en la antigua carretera de Barcelona desde hace seis años; también hubo prostitución, dos meses, alrededor de la estación; la policía la erradicó". "Pero la verdadera razón no es que no haya sitio en la ciudad; en la carretera encuentran más clientes, porque esto no es Madrid, y, si alguien va de putas, en el casco urbano puede ser reconocido por los vecinos", añade el portavoz. Hay otra razón que añadir: la fuerza de la costumbre: "Aquí es donde paramos", decía el martes Luisa, de 23 años y que aparenta más de 35. "Como soy de Alcalá, nunca he pensado en ir a otro sitio".

Esta mujer trabajada por la vida lleva en la carretera un año, desde que se enganchó a la heroína. Nunca le ha molestado la policía (la prostitución no es delito). No ha trabajado jamás. Cobra 3.000 pesetas por servicio completo. Lo hace con el cliente dentro del coche en un descampado cerca de la carretera; y a veces en el mismo campo, cuando el solicitante se atreve a ir andando (los menos, de todas formas). Los días buenos se lleva a casa -o al camello- 8.000 pesetas; los malos, 3.000 o nada. Su jornada comienza a eso de las siete de la tarde, y el peligro empieza al cruzar la carretera: su casa está del otro lado de la vía.

Luisa antepone el hecho de salir de la droga al de abandonar la prostitución. Ni siquiera piensa en buscar cualquier empleo. "Primero tengo que desintoxicarme", dice, como si recitara una lección que no puede poner en práctica. El peligro no sólo está en la velocidad: "A veces, los conductores hacen por atropellarnos", relata Luisa con asombrosa frialdad.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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