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Reportaje:

Madrugada incierta

Relato de una noche en taxi por el Madrid canalla

-¡Taxi!Dos hombres corpulentos agitan el brazo al fondo de la avenida de Guadalajara. Hace frío y la niebla cubre ya el asfalto. Es el primer servicio nocturno de Ángel San Román, de 45 años; tiene aspecto de bonachón, y es servicial. La niebla dificulta la visión de sus rostros. El reciente asesinato de dos taxistas, por la espalda, y la zona encogen los estómagos de Angel y de su ocasional acompañante, un redactor de El PAÍS.

Lo primero que hace Ángel es esconder su cartera en la guantera del coche, junto a unas fotos de sus hijos y su esposa.

"No es por el dinero; lo peor es que también se lleven la documentación", explica. Y agrega: "Si yo ahora viajara solo, no los cogería. Hace años me arriesgaba más, pero después de cuatro atracos... Aunque hoy vamos a hacer una excepción, para que vea la inseguridad a la que nos enfrentamos los. profesionales del taxi", explica al periodista.

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Conforme se acerca el taxi a los hombres, la niebla clarea sus rostros y el ropaje:

-Uff, parece que tienen mala pinta.

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-Buenas noches, señores. ¿Adónde vamos?

-A Gran Vía -contesta uno. Sus párpados esconden una mirada de indiferencia.

Es jueves 24 de noviembre y el reloj marca las once y cuarto de la noche. En la avenida de Guadalajara no se ve ningún coche patrulla de la policía. Varios jóvenes, con aspecto más descuidado que los usuarios que acaban de subirse al c6che, cruzan la calle y se pierden entre la oscuridad del descampado del poblado chabolista de Los Focos. Unas luces minúsculas que se cuelan entre las rendijas de las tablas de los chamizos dan señales de vida dentro.

-Eso significa que el quiosco [de droga] está abierto -comenta Ángel en voz baja a su acompañante.

Los dos usuarios murmuran entre ellos. Conforme el taxista se acerca al distrito de Centro, el tráfico se torna más denso, la bulla ciudadana crece y los pellizcos de congoja se mitigan. Hasta ese momento no se ve ningún coche de policía en las calles.

-Llevamos un rato, hemos cruzado medio Madrid y no hemos visto ningún patrulla -se lamenta Ángel- El trabajo está muy mal. Mira: cuatro coches y todos con el chivato verde accionado. Para ganar un jornal, cuatro mil o cinco mil pesetas limpias, hay que trabajar 12 o 14 horas diarias.

En una esquina, ya en la Gran Vía, dos policías identifican a un hombre negro, y el taxi se, cruza con una lechera de la policía.

Pare aquí, piden los ocupantes.

Radio Taxi, emisora a la que está adscrito Angel, informa de que se ha abierto una cuenta corriente para ayudar a las familias de los taxistas asesinados.

A Ángel le sorprende que haya tan pocos inmigrantes en la Gran Vía a esa hora: "Supongo que están de estampida; la policía esta haciendo batidas. ¡Qué curioso! Siempre tiene que ocurrir una desgracia para que...".

Al paso del taxi por la plaza de Chueca y la calle de Pelayo sólo se avistan algunos camellos; y dos chicos, con la cejas y párpados acicalados, se ganan la vida comerciando con sus cuerpos. Siete u ocho travestidos, con minifalda, soportan estoicos e frío en la calle de Pedro de Valdivia; uno muestra sus pechos.

A las doce de la noche, el tráfico es fluido en la Castellana Ángel se queja de que, a medida que se aleja del Centro, no ve coches de policía. En la confluencia de Sor Ángela de la Cruz con Capitán Haya, una docena de lumis, se pavonean, ante los automovilistas. En la plaza de Castilla, Ángel mira de reojo la puerta por donde, tras despachar con los jueces, encuentran la libertad los cacos. "Parece que los sueltan a todos a la vez; en la emisora nos han advertido del peligro". La noche avanza.

Una gigantesca luminaria, en medio de un descampado atestado de chamizos y rodedado de personas que atizan el fuego, recibe al taxista desde la lejanía. El logotipo de los estudios de Tele 5 en Pueblo de Fuencarral está parapetado en una niebla más espesa. Antes de acercarse a la zona, Ángel se cerciora de que los seguros de las puertas de su Renault 21 están bajados. "Voy a apagar el chivato (la luz verde); esta zona es muy peligrosa, y aquí, aunque seamos dos, no subo a nadie". Un coche aparca en el arcén de la carretera más cercano a las chabolas. Se bajan dos mujeres, bien abrigadas,. y se adentran en una de las calles del poblado. El conductor apaga la luz y espera a que vuelvan.

-¿Qué pasa cuando recoges a alguien en el Centro, por ejemplo, y, una vez dentro del coche, te dice que le traigas aquí, y que le esperes a que vuelva? -se pregunta Ángel. ¿Dónde está la policía? -reclama, elevando la voz-. Vámonos de aquí, que esto no me gusta.

Mientras se dirige hacia el kilómetro 3,500 de la carretera de Fuencarral a El Pardo, relata la vez en que una pareja le atracó y le robó el coche.

El reloj se acerca a la una de la madrugada, la niebla persiste. El taxi llega a la puerta del restaurante Casa Jaime. Enfrente, un tortuoso camino conduce a un poblado marginal. Ángel duda, pero al final apaga el chivato y sigue a un coche que se dirige al poblado. Antes llama a la emisora y pide a la operadora que esté alerta ante cualquier mensaje suyo de emergencia: "Si oyes algo raro, llama inmediatamente a la policía", dice. "De acuerdo, y cuidado", aconseja la voz de la emisora.

Dentro del poblado se ve a dos hombres en la calle; sus ojos brillan entre la niebla y las tenues luces que alumbran las casas. A través de las rejas de una ventana, un camello despacha droga a un cliente. En una explanada próxima se ven coches que cuestan una fortuna. Su suntuosidad contrasta con el escuálido y maloliente lugar. "¿De dónde sacan el dinero, eh?", cuestiona el taxista.

-Si alguien le pide que le traiga hasta aquí, ¿qué ocurre? -pregunta el periodista.

- No sería la primera vez. Suelen decirte: 'Lléveme a Casa Jaime'. Pero yo, que me conozco el tema, antes les advierto: 'A Casa Jaime, ¿eh? Dentro, no'. Los drogatas me dan mucho miedo; es gente que le da igual todo y te pueden buscar una ruina. Y, cuando tienes familia e hijos, te arriesgas menos, aunque el trabajo escasee.

-Hemos salido del poblado y nos dirigimos a Peña Grande -comunica Ángel a la central.

-Muy bien -contesta la operadora.

Ángel vuelve a quejarse:

-¿Dónde está la policía, eh?

De vuelta al Centro, tras pasar por Peña Grande, entra en la calle de la Sombrerería y se detiene justo en el lugar en que el domingo cayó abatido uno de sus compañeros tras recibir un tiro por la espalda. Después, más abajo, en Embajadores, dos chicos alzan el brazo para reclamarle, y más arriba, en la glorieta de Atocha, hay un coche de policía junto a una parada.

"Parece que tienen buena pinta, pero la verdad es que no te puedes fiar de nadie", refiere.

-Buenas noches. ¿Adónde les llevo?, por favor.

-Al estadio de Canillejas [La Peineta].

Por dónde vamos? -sondea Ángel.

"Es muy tarde y el estadio está cerrado, por eso les pregunté la ruta", explicaría luego al periodista; "si dudan, hay que andarse con ojo; puede que intenten atracarte y no hayan pensado bien dónde".

-En realidad, iban a una urbanización de Canillejas.

Tras dejarles, el taxi enfiló su marcha hacia los lugares más conflictivos del extrarradio este y sur de Madrid -Pies Negros, La Rosilla, Villaverde, La Celsa, el Rancho de El Cordobés...

Cerca de las tres de la madrugada no se ve ni un alma en Pueblo de Vallecas. Ángel mira con nostalgia las viejas paredes del cuartel de la Guardia Civil que hace unos seis años -subraya- dejó de existir en este barrio.

Vuelve a apagar el chivato en La Celsa. Un hombre desharrapado y sin afeitar se tambalea por entre las chabolas. Su fría mirada ahuyenta al taxista. A esas alturas de la noche, el cuentakilómetros ha recorrido más de cien kilómetros.

En Villaverde, pasadas las tres y media de la madrugada, una chica dominicana, acompañada de un hombre, se pone en medio de la calle para que el taxista la vea bien. A él y a ella les extraña que haya dos personas en el taxi.

-¿Les importa que me acompañe mi sobrino? Estoy enseñándole el oficio -explica Ángel.

-No, no -reponde ella.

Su acompañante no sube al coche.

-El es un poli -cuenta ella cuando el taxi se aleja con dirección a la calle de Santa Engracia, destino solicitado por la usuaria.

El coche policial de antes no se ha movido de la glorieta de Atocha. La ciudad recobra en el Centro su pulso, dormido en el extrarradio. Junto a Correos se ve otro patrulla. Y otro que sube por la calle de Alcalá.

La noche termina y Ángel sólo ha llevado a tres clientes; peto ha escudriñado mucho mundo. Sobre todo, subterráneo.

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