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Cuestiones europeas

Leo un ensayo sobre las relaciones actuales entre Francia y Alemania, y leo enseguida, casi al mismo tiempo, una página de Juan Emar. Son lecturas que podrían provocar un comienzo de esquizofrenia. ¿Existe alguna relación entre la prosa de Juan Emar y la situación de la Comunidad Europea? Es posible que exista. Juan Emar quiso ser escritor a la manera europea, como Vicente Huidobro, como Severo Sarduy, como tantos otros. No sé si lo consiguió. Ni siquiera sé si un proyecto de esta naturaleza tiene algún sentido ahora. ¿Es Vicente Huidobro menos chileno que Mariano Latorre? Huidobro tuvo el firme propósito de convertirse en escritor francés, como el inefable Álvaro de Silva que estudiaba el idioma en la Alianza Francesa de París, a sus setenta y tantos años, para transformarse en compañero literario, por arte de magia verbal, de Rimbaud, de Baudelaire, de Marcel Proust. Hace 30 años escribí sobre las tentativas imposibles en literatura, y todavía me atraen, me intrigan, me dejan pensativo. La tentativa de Vicente Huidobro y la de Álvaro de Silva eran imposibles, disparatadas y, a la vez, eminentemente literarias. La de Juan Emar, "j'en ai marre", pertenece a la misma especie. Vicente Huidobro, a pesar de todos sus esfuerzos, terminó de escritor chileno. Si nos va bien, conseguiremos proyectarlo a partir de Chile y hasta Europa, hasta todas partes, pero no al revés. Álvaro cultivó el arte muy delicado del silencio casi absoluto. Ha quedado en la memoria de los otros, de algunos otros. Existe una sociedad extremadamente restringida y secreta de amigos de Álvaro de Silva, sociedad que tiene su sede en París y sucursales en Nueva York, en Toronto, en Quilpué y en uno que otro lugar no menos heterogéneo y excéntrico. Juan Emar alcanzó, sin proponérselo del todo, un objetivo muy diferente: una obra extensa, interesante, con lectores escasísimos y en cierto modo clandestinos. Trataremos, pues, de conseguir lectores europeos para la obra de Juan Emar, tarea titánica, tentativa probablemente imposible.Después de leer el ensayo de un político socialista francés, Hablémosle a Alemania con franqueza, publicado hace unas semanas en Le Monde, empiezo a entender lo que le ocurre a la obra de Juan Emar, lo que le ocurrió a Vicente Huidobro y a tantos otros, lo que le pasó incluso, hace pocos días, de una manera tan injusta, a mi amigo Gabriel Valdés. Nosotros podemos leer a François Villon, a Rimbaud, a Jules Laforgue; podemos conocer la poesía de Stéphane Mallarmé mejor que los propios franceses, pero eso no los conmueve en lo más mínimo. Francia se queja de la posición cada vez más débil del idioma. francés en el mundo, pero yo me pregunto a veces si los, franceses de hoy se interesan de verdad en su propio idioma. ¿No habrá terminado Stéphane Mallarmé por convertirse en poeta chileno, como Vicente Huidobro y Juan Emar?

Jean-Pierre Chevénement, el autor del ensayo de Le Monde, hace la crítica de la idea de un núcleo franco-alemán en la Comunidad Europea. Será un núcleo, dominado por Alemania y por la concepción del libre mercado, que no sabrá resolver el problema del desempleo, crucial en la Europa de 1994, y que, en definitiva, al permitir que algunos países sean marginales dentro de la Unión, hará que toda la concepción europeísta entre en crisis. La argumentación de Chevènement es sugerente, moderna y, claro está, discutible. En lugar del núcleo franco-alemán neoliberal, propone una Europa más orientada hacia el sur y hacia el oeste, menos indiferente a los problemas del trabajo y el desempleo, más socialdemócrata, una Europa en que Francia mira más bien en dirección a Italia, España y Portugal. Naturalmente, dice, el interés de Francia por el norte de África y por el complicado Oriente Próximo mantiene toda su vigencia. Y es vital para Francia, desde luego, que Europa del Este evolucione bien y que Rusia desarrolle vínculos estables con Europa occidental.

Está muy bien, digo yo, pero compruebo, constato, dentro de este esquema muy coherente, que América Latina no aparece por ninguna parte. Observo, además, otro fenómeno inquietante: si el supuesto núcleo franco-alemán tendrá que ser neoliberal, librecambista, el dichoso eje del sur y del oeste necesitaría "una preferencia", esto es, consagraría el proteccionismo.

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No hay duda de que nuestras lecturas de Mallarmé, de Arthur Rimbaud, de Proust, nuestros viejos amores, tienden a ser contrariados. Nos leen, querido Juan Emar, en la medida en que somos exóticos, marginales, australes, selváticos. La prosa de Los diez, de Ayer, de Un año, es sutilmente chilena, creativa, por momentos enigmática, pero los lectores de acá no se andan con tantas sutilezas. Mi propuesta es la siguiente: apoderémonos de Mallarmé, ya que los franceses lo han abandonado, leamos a Juan Emar y también a Francisco Coloane, ya que una cosa no excluye la otra, y creemos nuestra propia visión crítica, nuestra vida literaria sin complejos, nuestro propio mundo. Que llegue un escritor francés, de repente, y se enamore del barrio de Bellavista, de las termas de Cauquenes, de la poesía de Carlos Pezoa Véliz, y trate de transformarse, con el sudor de su frente, en escritor chileno. Por qué no. El asunto tiene inconvenientes senos, pero hay ventajas indudables.Yo viviría mucho más tranquilo en París si pudiera caminar en los fines de semana por la playa de Cachagua, si pudiera entrar alguna tarde perdida a tomar un vino en el café de la Plaza, si pudiera volar de vez en cuando a la Patagonia o al desierto de Atacama.

Jorge Edwards es escritor chileno.

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