Indefensos taxistas
EL TAXISTA sabe que una distracción suya, incluso mínima, puede provocar un accidente. Pero esa concentración que debe prestar a su trabajo lo convierte, especialmente por la noche, en víctima indefensa de atracadores y criminales. En una ciudad como Madrid, cada día, o más precisamente cada noche, se producen en torno a una decena de atracos a taxistas. A veces, con agresión: entre 1982 y 1985, 72 conductores resultaron heridos; en ocasiones, como ayer, con efectos mortales: dos taxistas fueron asesinados de madrugada. Ello eleva a 14 el número de profesionales que han perdido la vida en similares circunstancias en los últimos años.Desde que los taxistas comenzaron a organizarse en asociaciones sindicales o gremiales, hace unos 15 años, las más graves agresiones han provocado movilizaciones y emplazamientos a las autoridades. Ayer no fue una excepción: el centro de Madrid quedó colapsado durante horas por las. concentraciones de protesta, pero también se produjeron protestas similares en Barcelona y en otras ciudades.
Las propuestas de medidas orientadas a reforzar la seguridad se repiten desde hace años: más patrullas policiales, controles en los lugares potencialmente más peligrosos, instalación de sistemas de alarma, conexión por radio con las comisarías de policía, aislamiento del conductor respecto a los viajeros. No hay datos precisos sobre la eventual eficacia de las que, a título individual, han ido adoptando los profesionales.
La más concreta es la instalación de mamparas de aislamiento. Protegen de agresiones con objetos punzantes, las más numerosas, y aunque no eviten ataques con armas de fuego, se considera que tienen un efecto disuasorio. En todo caso, apenas medio millar de los 15.000 taxis que circulan por Madrid cuentan con ellas. El argumento de su elevado coste -cerca de 150.000 pesetas- es relativo, y discutible el criterio de que deban ser subvencionadas por el Ayuntamiento u otras instituciones públicas. Un principio de acuerdo alcanzado hace cuatro años fue rechazado por muchos taxistas aduciendo la incomodidad de la instalación. Sobre todo, con vistas a la utilización. familiar del vehículo.
La indignación de los profesionales es comprensible, y digna de elogio la solidaridad humana demostrada. Ello no justifica, sin embargo, algunas salidas de tono y agresiones contra particulares, totalmente ajenos al motivo de la protesta, registradas ayer. Ese clima de excitación es, por otra parte, el menos adecuado para la búsqueda de soluciones viables. Uno de los efectos de esa excitación fue el apresuramiento con que al autor de los dos asesinatos se le colocó ayer la etiqueta de árabe en base a indicios que el delegado del Gobierno consideré endebles.
Barcelona vivió también ayer una jornada de huelga de los taxistas. Convocada con antelación, la protesta nada tenía que ver con lo sucedido en Madrid. La conducta de un irresponsable que lanzó su coche contra los manifestantes, no obstante, estuvo a punto de teñir también la jornada barcelonesa de cadáveres. Los taxistas barceloneses consideran que hay demasiados vehículos en servicio y quieren restringir el número de profesionales. Para conseguir este objetivo es lógico que pidan la congelación de nuevas licencias, extremo que el Ayuntamiento acepta. Menos lógico es que se proponga restringir el acceso a la profesión y limitar a un conductor el uso de un vehículo. Estas dos peticiones suponen negar -salvo a familiares de taxista en determinadas circunstancias- el acceso al oficio y mermar la explotación de un vehículo en una industria en la que no sólo hay pequeñas compañías sino familias que, por turnos, amortizan la inversión de su vida.
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