Replantear la oferta educativa
Los años de gran expansión económica, en especial los 25 años dorados hasta principios de los noventa, han ido acompañados de una clara demanda de personal y, en general, también con una progresiva exigencia de cualificaciones en aras de una mayor productividad y competitividad.La creencia más generalizada y la pretensión sigue siendo que, a condición de proveer un más alto nivel de cualificaciones, la consiguiente actividad laboral está casi automáticamente garantizada. Y así es todavía en buena medida, aunque la tendencia parece orientarse inexorablemente hacia un cambio fundamental de coyuntura, dado el desempleo estructural que se va acentuando en todos los países, sobre todo de personal cualificado en los países más desarrollados y de personal menos cualificado en todas partes.
De momento y en todo caso, el principio que se reafirma es que una sólida formación general es el principal prerrequisito de una posterior cualificación profesional y técnica ya que garantiza la mayor versatilidad para el empleo, permitiendo una más fácil readaptación o reentrenamiento.
Otro principio que cobra ahora una importancia capital es que la relación educación-trabajo se afianza cuando la educación contribuye a desarrollar la creatividad y la innovación con el propósito de formar creadores de riqueza, es decir, personas con iniciativa y capacidad para generar al menos su autoempleo o, más aún, empresas viables, en vez de conformarse con el más frecuente sino tradicional de convertirse de buscadores de empleo privado, cuando no público.
Desde ese paradigmático cambio de óptica no se puede seguir reprochando a los centros de educación superior, ni a los demás centros de formación profesional intermedia, la inadecuación del número de egresados con la demanda u oferta de puestos de trabajo, ya que la demanda evoluciona cada vez más rápidamente y la adaptación de la formación de base al puesto de trabajo concreto depende crecientemente de una formación específica supletoria y, sobre todo, de las características personales deseables en el candidato. Además, la generalización del principio de la economía de mercado hace ya casi imposible la planificación de recursos humanos para una demanda concreta a medio plazo.
En todo caso, para una más eficaz relación entre la educación y el empleo se necesita disponer de la definición de los nuevos campos de actividad especializada previsibles, así como de inventarios mucho más completos de los que hasta ahora disponemos en cada país sobre la estructura del empleo, su evolución y perspectivas, incluidas estimaciones, sobre actividades de la economía sumergida.
Por otra parte, es indispensable conocer los perfiles profesionales o requisitos reales para ejercer eficazmente los puestos de trabajo disponibles actualmente y previsibles en el futuro, describiendo no sólo los requisitos educativos sino también las características que los candidatos deben reunir, así como, las condiciones de trabajo e incentivos que tales puestos pueden ofrecer. Características tales Como capacidad de trabajo en equipo, inclinación por el trabajo bien hecho, capacidad de aprendizaje, relaciones humanas y atención para con el cliente, flexibilidad y afán de superación, son cualidades deseables en todo empleado. A éstas características hay que añadir la capacidad de crear equipos eficaces y de delegar, así como una disposición favorable, a la innovación y a la competitividad, entre otras cualidades necesarias en los mandos intermedios. Por su parte, la competencia para la dirección se caracteriza por el don de liderazgo creativo, abierto a la crítica, con sentido del análisis estraltégico y de la síntesis, con capacidad de delegar y de asumir riesgos bien medidos, pero prudente a la hora de las decisiones así como en los modos y métodos de su implantación.
De ahí que las instituciones educativas, así como los programas de formación, tienen que replantear profundamente su oferta educativa y de aprendizaje de acuerdo con la realidad de las perspectivas de empleo o de iniciativas para la vida activa, partiendo de una orientación educativa que adecue las facultades del alumno con los estudios a seguir, junto con una oportuna orientación profesional que no se limite a mostrar las oportunidades de trabajo existente al terminar los estudios ni a señalar simplemente las ventajas y atractivos de cada una de ellas. Es fundamental motivar los valores de superación personal, de creatividad e innovación, de progreso, de solidaridad, etcétera, tanto para la realización personal en la vida activa como, no menos, para integrarse y colaborar en la más nobles metas humanas dentro del entorno concreto en el que se proyecte vivir.
Ante estas probables prioridades y tendencias en la estructura de la vida activa al iniciar el próximo milenio, el aprendizaje individual y colectivo, en el sistema educativo o en la educación no formal, tiene que saber internalizar los valores globales de una nueva era humana en ciernes, así como los valores éticos y morales de la concreta respectiva identidad cultural, para que la educación básica general o el aprendizaje personal integral sirvan real mente a lo largo de la posterior vida activa. Todo ello a condición de que cada individuo siga formándose y actualizándose luego gracias a una educación permanente o continuada que permita adaptarse rápidamente al cada vez más acelerado cambio en todos los órdenes. Sólo a partir de esas bases es cuando la formación profesional y técnica cobra si plena importancia y ofrece posibilidades de aprovechamiento real en igualdad de oportunidades en el seno de una sociedad democrática no clasista.
En España y a pesar de las previsiones de la Ley General de Educación (LGE) de 1970 y de la LOGSE actual, aún no se han podido implantar debidamente las modalidades deseables y, mucho menos, el espíritu necesario en el seno de la sociedad. La LGE dispuso la obligatoriedad de la FP- 1 de dos años de duración para quienes no siguieran el bachillerato, garantizando así, de hecho, una escolaridad obligatoria y gratuita de 10 años, seguida de la continua posibilidad de una reinserción, sin penalización, en el sistema educativo superior gracias a un sistema de equivalencias o estudios acelerados complementarios, en vez del bachillerato no cursado, premiando "el valor educativo del trabajo", medida que no tenía precedente por aquel entonces. La FP-2 se introdujo, en un mayor nivel de especialización, después del BUP (bachillerato) y daba acceso a la universidad, incluso en un segundo ciclo universitario (aún no incorporado pese a la insistencia en ese sentido de la LRU) caso de cursarse la FP-3, que valoraba un primer ciclo universitario (equivalente al bachellor americano) como posibilidad de salida a la vida activa. La mayor, resistencia hasta la fecha para su puesta en marcha la ha tenido la FP-3, ante un mundo universitario remiso a tales innovaciones, tanto más que, también en este caso, la LGE proveía un sistema de equivalencias para proseguir estudios, si así se desease después de un tiempo de vida activa, al mejor estilo del modelo sajón del estudio-trabajo sandwich o de la modalidad alemana de formación profesional a tiempo parcial en el seno de la empresa.
Tampoco ha tenido hasta ahora mejor fortuna en España la incorporación de las enseñanzas técnicas en la educación secundaria (en la LGE del 70 se reguló la incorporación de las ETAP en el BUP, y en la LOGSE se establecen enseñanzas técnico-profesionales en la enseñanza secundaria en colaboración con las empresas). Ambas soluciones son una nueva versión de la comprehensive school, aunque seguramente más eficaz si se aplicara bien. Sin embargo, la práctica muestra la gran dificultad de una cooperación generalizada de las empresas para impartir estas enseñanzas, además del hecho de que la distribución geográfica de los diversos campos empresariales no coincide, claro está, con la oferta deseable de ciertas técnicas y especialidades. Experiencias en diversos países muestran, por otra parte, que tales enseñanzas requieren una gran generosidad, y visión a largo plazo por parte de las empresas más avanzadas tecnológicamente ante la probable potenciación de la competencia. Y, por parte de los centros educativos, sería necesario un plan de evaluación periódico para asegurar el cambió de técnicas y especialidades tan pronto se satura el mercado laboral con personal formado en las mismas o en cuanto éstas están a punto de obsolescencia, como viene ocurriendo lamentablemente en tantos centros de formación profesional y técnica anclados en la rutina de sus profesores y de los programas que ofrecen. De todo ello se desprende también la evidente conveniencia de una estrecha colaboración entre las empresas y los centros educativos.
Una educación básica sólida e integral que forme personas con valores y bien adaptadas a los cambios en curso, junto con una formación técnica, y profesional posterior, flexible y adaptada a las necesidades cambiantes con visión anticipatoria, en estrecha y eficaz colaboración con todos los sectores empresariales o al menos con los del entorno, es una urgente necesidad de presente para acometer el futuro con posibilidades de éxito.
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