Descrédito de la ficción
Cada cierto tiempo me sucede que pierdo el gusto por la ficción. Algunas veces, mientras he escrito una novela, he descubierto que leer novelas no me apetecía, y no por ese motivo ruin que en ocasiones se aduce, para no recibir influencias, sino por una especie de instintiva vocación de salud: si uno está sumido en la invención de cosas que no existen, para compensarla busca nutrirse con noticias sobre cosas reales, o siente la necesidad, recién terminado el trabajo, de conversar con alguien, o simplemente de caminar por una calle o de tomarse una cerveza en un lugar ajeno a las arbitrariedades de la literatura.Alimentarse únicamente de historias inventadas, aunque éstas sean magníficas, produce en la inteligencia algo parecido a la avitaminosis. A todos nos gusta que las películas y los libros nos cuenten mentiras, pero puede ocurrirnos que de tanto escucharlas acabemos cansándonos de ellas, o incluso que nuestra inteligencia las rechace temporalmente, igual que rechaza el organismo un alimento que ya lo empachaba.
A lo largo de la vida los cambios en la percepción del arte son tan acusados como los del paladar: las mismas cosas que hace 10 años me gustaban en el cine de los hermanos Cohen, por ejemplo, son las que ahora me vuelven indigestas sus películas; el viscontismo de Visconti, el cernudismo de Cernuda, el cortazarismo de Cortázar, me apasionaban cuando tenía 20 años: ahora Visconti, Cernuda y Cortázar me gustan sólo en los momentos en que no se parecen demasiado a sí mismos, es decir, cuando no alcanzan ese estado de enrarecimiento o adensamiento del estilo que es indistinguible de la parodia. Las copias más lamentables y las falsificaciones más nocivas de una obra de arte las comete siempre el autor de la obra original. Para un aficionado a las dos primeras películas del ciclo de El Padrino, el plagio más ofensivo del mejor Ford Coppola lo perpetró él mismo en El Padrino III. Y hasta se dan casos extremos en los que la obra íntegra de alguien es de por sí plagio y parodia de su propio recetario de vulgaridades: ¿hay un cuadro o una escultura de Botero que no parezca una mala falsificación de un Botero?
Dice V. S. Naipaul que Borges, al final de su vida, había sido ya entrevistado tantas veces y había repetido tanto sus respuestas, que dejó casi de ser un hombre para convertirse en su propia entrevista. El estilo, que es el aliento en las imágenes de la pintura y del cine y el metal de la voz en las, palabras escritas, si no es controlado también puede actuar sobre ellas como un agente tóxico: del estilo hay que desconfiar y que huir, apenas se adviertan los primeros signos de su toxicidad, y de la ficción hay temporadas en las que conviene alejarse.
Provisionalmente estragado de lo literario de la literatura, tiendo ahora a encontrarla donde es menos obvia, en una biografía, en un libro de historia o en la narración de un viaje, en un diario o una memoria personal: pocos libros me han enseñado tanto en los últimos tiempos como un diario de Simenon que encontré por azar en un puesto de libros viejos o como la Vida de este chico, de Tobias Wolff, que es un testimonio en primera persona de los horrores y las soledades del tránsito a la adolescencia. Hastiado de películas que no eran más que insoportables ejercicios de estilo o variaciones sobre modelos exhaustos, me vuelvo a conmover en una sala de cine gracias a la adaptación de Vida de este chico, que protagonizan Robert de Niro y Ellen Barkin, y a la última película de Kean Loach, Ladybird, Ladybird, que es tan estremecedora, tan seca, tan despojada de las astucias y los halagos del e
tilo que no parece cine, sino pura verdad. Un amigo me dice después de verla:
-Me tenía tan impresionado que no me dio tiempo a pensar si era buena.
Las dos películas cuentan hechos reales, pero en cada una de ellas se establecen lazos distintos entre la narración y la experiencia personal. En Vida de este chico el sentimiento de veracidad nos lo transmite intacto desde las páginas del libro la maestría ole unos actores universalmente admirados: Ken Loach logra el mismo efecto en su película gracias al recurso contrario, usando como actores a personas que no lo son, a mujeres y hombres tan desconocidos como los personajes que interpretan. En Vida de este chico se reconstruyen con una precisión de arqueología melancólica los lugares donde vivían los norteamericanos pobres en los años cincuenta, las ropas que vestían, las cosas baratas y degradadas que usaban; en Ladybird, Ladybird, lo que se retrata es la vida de los ingleses pobres de ahora mismo, la desolación documental de un país devastado al final de la era de la señora Thatcher. En las dos películas, la pobreza es muy parecida, una pobreza sórdida de climas lluviosos, de ignorancia y televisión, de brutalidad y artículos baratos de su permercado, la pobreza humillada de los que no salen de pobres en medio del espectáculo y del tecnicolor de la abundancia.
Tobias Wolff ha dicho que escribió su libro para descubrir hasta dónde podía llegar en la literatura contando las cosas exactamente como habían sucedido. Ken Loach, un radical que hace cine al margen del cine y que practica al mismo tiempo el radicalismo de la inteligencia y el de la ternura, ha contado en su película una historia en la que no hay más ficción que la de los nombres cambiados en los personajes. Decía Ortega que o se hace literatura o se hace precisión o se calla uno. Yo empiezo a creer que la literatura o el cine no son nada si no contienen un nervio inflexible de precisión. Para hacer novelas novelescas, poemas poéticos o películas cinéfilas mejor se calla uno.
Babelia
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