Esclavos de primavera
Visita policial a un taller chino de Vallecas que trabajaba de noche en condiciones inhumanas
El mandamás, chino del taller textil -traje cruzado oscuro, corbata de nudo fino, camisa blanca- se quedó de pie en el quicio de la triste puerta metálica con la mejor de sus sonrisas. Luego, la puerta, opaca a todas las miradas de la noche, se cerró silenciosamente. Las tres dotaciones de la Policía Municipal -agentes uniformados y de paisano- se retiraban tras una hora de preguntas, inspecciones, carpetas que se abrían y se cerraban, murmullos... en un bajo polvoriento del barrio de Vallecas. El reloj marcaba las 2.30 del sábado. "Es un explotador moderno", decía entre dientes uno de los policías respecto al jefe del taller; "ahora todo son sonrisas. A saber qué pasará puertas adentro". Comentaba otro compañero que los vecinos han perdido el miedo a denunciar los ruidos nocturnos que producen las máquinas de coser y las botonadoras, signo inequívoco de que el horario laboral nunca se acaba allí dentro. Con esa denuncia, los agentes camuflados del Grupo de Ordenanzas Municipales (GOM) de la Policía Municipal van marcando el objetivo.
45 metros atestados
El trabajo incesante de las máquinas de coser puede interrumpirse un sábado en la primera hora de la madrugada -"después ya no salen", decía un policía- y acabar en la calle de Los Madrazo, sede de la brigada policial de Extranjería si los chinos no tienen papeles.
Los agentes entraron el pasado sábado en un local alargado repintado de blanco y alfombrado de pelusas -"imagínate", decía un policía, "respirar esto todo el santo día"- con un solo ventanuco de comunicación con la calle de Monte Perdido, en Vallecas. El número de máquinas de coser (ocho) coincidía casi con el número de personas (siete) que, puestas en pie, vigilaban de reojo el trabajo de los guardias. Dos planchadoras, una botonera, un baño de dimensiones liliputienses, bolsas de plástico, cajas de cartón, un infiernillo, los cuencos para comer encerrados en una alacena, trozos de pana marrón como un gran rompecabezas ordenados en el suelo... Todo en no más de 45 metros cuadrados.
-Y eso que aquí no duermen, como en otros talleres -decía un agente.
Efectivamente, no había colchones en el cuartucho, pero sí mucha tela... y etiquetas de la ,marca Dibutti, cosidas también en una veintena de cazadoras con forro de falso borreguillo terminadas y colgadas en fila en un perchero. Según se entra a mano derecha, la tela del forro se apilaba.
-Esto se quema y no salís vivos -les decía Félix, el sargento jefe de noche del GOM. Un compañero del agente anotaba que los dos extintores habían sido revisados recientemente. Algo es algo.
El jefe Chino murmuraba:
-Esto sólo hoy, esto arregla.
En otro perchero, un pantalón de pana también marrón, aparentemente sin estrenar, cobijado, como las cazadoras recién cosidas, en una bolsa de plástico. De una de las marcas de El Corte Inglés y con etiqueta de composición de la cadena de grandes almacenes. "'Esto mío", dijo uno de los operarios de ojos rasgados. "¿Sabes lo que hacen con eso? Lo despiezan y ya tienen los patrones", informaba otro de los policías.
Tres de los chinos silenciosos (un hombre y dos mujeres) figuraban como contratados "a tiempo parcial, con horario dle ocho a una. A ver qué hacen aquí a estas horas", ironizaba un agente.
Camino al 'karaoke'
Dos de los asalariados tenían el permiso de trabajo caducado. El único papel que poseían otros dos chinos era una petición de asilo. La pareja restante eran la señora del jefe y el jefe, que abría una y otra vez, para convencer a sus indeseados visitantes de la limpieza de su negocio insalubre, el libro de visitas, los contratos, la licencia fiscal y el comunicado de cambio de nombre de la actividad dirigida al Ayuntamiento.
Los policías no consiguieren saber qué negocio había montado antes en Monte Perdido, 84. Los esfuerzos de todos los orientales iban encaminados a explicar que vale, los contratados trabajaban y los otros casualmente pasaban por allí "para ir a divertirse al karaoke. Je, je".
Mientras pasaba el tiempo y se revisaban los papeles, Félix, el sargento de la unidad policial que actúa de paisano, iba comprobando que el regente del taller podía incurrir en un delito contra la seguridad en el trabajo, incumplir las normas de seguridad, salubridad e higiene... Todo quedaba anotado en el cerebro y la retina de sus hombres, en las notas que tomaron. El mismo espectáculo se ha repetido, como una epidemia, por quinta vez en una semana. Otros cuatro talleres de esclavos amarillos han sido descubiertos en tan corto plazo.
"Ilegal lo llama usted; para mí es legal"
"Taller ilegal lo llamará usted, a mí me han presentado la licencia fiscal, la hoja de visitas, el alta de la Seguridad Social", manifestó el sábado Mariano Bullido, el dueño del taller textil dedicado a la confección de ropa de señora Dibutti, que desde hace dos semanas le ha encargado trabajo -la confección de cazadoras de pana- al taller chino de Monte Perdido, 84, visitado por la Policía Municipal en la madrugada del pasado sábado."Yo digo que oficialmente ese taller es legal; la policía no pudo llevarse a nadie. Para mí es un taller legal", insistía Bullido, desde su taller situado también en el Puente de Vallecas, "luego si tiene problemas con la inspección de trabajo no es problema mío", añadió. Las prendas de la marca Dibutti se distribuyen luego por tiendas de Madrid que no quiso precisar el dueño de la firma.
Desde hace más de año y medio la actuación policial ha desmantelado una veintena de talleres chinos ilegales, lugares insalubres donde inmigrantes chinos sin papeles (más de 700) pagaban con un trabajo continuo e inhumano el viaje desde su país hasta España.
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