Convivir con el enemigo
El control del Congreso por un partido distinto al que ocupa la Casa Blanca no es necesariamente un preludio de ingobernabilidad en Estados Unidos. Incluso puede ser lo contrario. Todos los presidentes republicanos desde 1954, entre ellos Ronald Reagan y Richard Nixon, convivieron con Congresos demócratas sin, que ello menguara su capacidad de liderazgo.Esa experiencia se ha producido menos frecuentemente a la inversa, aunque cuando ha ocurrido ha sido, en realidad, beneficioso para el presidente. Hay que remontarse a los años cuarenta para encontrar un presidente demócrata (Harry Truman) con un Congreso republicano. En las elecciones intermedias de 1946, los demócratas perdieron 55 escaños en la Cámara y 12 en el Senado, pero Truman obtuvo después una espectacular victoria en las presidenciales de 1948.
La tendencia del electorado norteamericano a equilibrar los poderes políticos con partidos distintos en el Legislativo y el Ejecutivo es una constante. Incluso Reagan, en sus mejores momentos de popularidad, no pudo conseguir mayoría republicana más que en el Senado y por sólo cuatro años. Pero el sistema político norteamericano está diseñado de tal manera que las grandes decisiones de gobierno trascienden la división partidista.
La política exterior, por ejemplo, es responsabilidad exclusiva del presidente, y el Congreso raramente se interpone en su camino de forma decisiva. En el Parlamento norteamericano se forman coaliciones diferentes para cada ley en discusión. Esas coaliciones responden, la mayoría de las veces, a intereses diferentes de los partidistas. Bill Clinton ganó la aprobación del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá gracias al voto republicano. El mecanismo del Congreso, además, hace imposible que, con una mayoría como la que ahora han obtenido, los republicanos puedan imponer su programa legislativo sobre el de la Casa Blanca.
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