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Cuentas

Jorge M. Reverte

Los filósofos materialistas acabarán de nuevo rodeados de reconocimiento público. Los españoles están, en general, bastante cabreados con que Hacienda tenga capacidad para indagar en las cuentas bancarias.No se trata del argumento que utilizan algunos ilustrados para quejarse de que la Inspección de Hacienda se lo haga mejor ella solita, sino de que a todos nos molesta que alguien conozca nuestras cuentas. Un residuo de la educación católica que convierte al dinero en algo vergonzoso y al beneficio de las operaciones, mercantiles en un pecado. No hay ningún español que conteste a la pregunta de "qué tal te va" con un bien o un muy bien (tampoco cuando no hay crisis). Siempre asoma el pudor en el rostro del conductor del vehículo de lujo que se queja de que le comen las letras. En eso nos llevan enorme ventaja los anglosajones, que no ven en la actividad económica razones para el sonrojo.

En los últimos meses asistimos a sistemáticas violaciones de la intimidad que provocan menos reacciones. Las escuchas telefónicas que aparecen en los periódicos no levantan una reacción de protesta entre los ciudadanos, sino una sonrisa cómplice con el escuchador. Los recibos de Telefónica, que contienen optativamente la posibilidad de describir todas las llamadas realizadas, tampoco han provocado manifestaciones (y nadie se atreve a rechazar el servicio para no levantar sospechas en casa: "¿Por qué has llamado tres veces al tal Julio Carlos?").

Pero las cuentas sí. Las cuentas nos sublevan. Se han convertido en la esencia de nuestra intimidad. A uno le sacan a la madre en top less en una revista y se calla. Pero la nota de movimientos de la caja de ahorros es sagrada. Yo creo que la razón está en que somos un país de sisa y trapicheo, y la cuenta del banco es testigo.

"Ya no se puede robar ni a Hacienda". Es el colmo.

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