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Viejos

Julio Llamazares

El otro día escribía en este sitio de los jóvenes -o de algunos jóvenes- y hoy lo hago de los viejos. No ha sido premeditado. Simplemente, una noticia me ha decidido a hacerlo.Resulta que he leído en los periódicos que unos vecinos de El Escorial se quejan de que sus hijos comparten el patio de su colegio con 29 viejos. Parece ser que la residencia de éstos está en obras y, mientras tanto, los ancianos han sido alojados provisionalmente en uno de los dos edificios de aquél, con lo que tienen que compartir con los niños unos minutos al día el patio del colegio. Los ancianos, al principio, permanecían alejados de los niños, pero son éstos, al parecer, los que han comenzado a buscar su compañía y los padres tienen Miedo de que (sic) "les contagien alguna enfermedad". "Habría que levantar una valla", ha dicho incluso, sin inmutarse, alguno de ellos.

La noticia -que, por cierto, apenas ocupaba un recuadro en el periódico- me parece lo suficientemente grave como para no dejar la pasar de largo. En una época como ésta en la que todo ha de ser moderno y en la que la juventud ha pasado de ser una etapa de la vida a una condición de ésta, me pregunto si es que nadie se pregunta qué estamos haciendo con los viejos. Porque ya no se trata tanto de un cambio de costumbres, o de valores, como eufemísticamente se dice, sino, pura y llanamente, del suicidio colectivo de nuestra propia especie: la medicina nos ha alargado la vida, en efecto, pero la vida se acaba a los sesenta.

Los gobernantes se quejan de que los pensionistas, o sea, los viejos, están ahogando la economía; los hijos les meten en asilos para que no les estorben en casa; los nietos no quieren hablar con ellos (tienen la televisión) y la sociedad los ignora o los aparta directamente. Viejo ha pasado a ser sinónimo de carga y no de sabiduría como era en otro tiempo. Está viejo, se suele decir de alguien que se ha cansado de competir, por supuesto con desprecio, y hasta los adolescentes, para mostrar su desapego de los padres, incluso todavía jóvenes, se refieren a ellos como los viejos.

Esta actitud general que, como se puede ver, va en aumento, a mí, personalmente, me da miedo. Miedo por su crueldad y miedo por lo que tiene en sí misma de profética. Porque -no nos engañemos- todos, absolutamente todos, hasta esos padres de El Escorial que ahora piden que se vayan, llegaremos a ser un día, si es que no nos morimos antes, también viejos. Y entonces será ya tarde para pedir perdón a los anteriores y clemencia a los siguientes. Y, así, sucesivamente.

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