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Arqueología y filosofía

Las etimologías no pueden amparar la ineficacia, ni la historia cobijar lo inútil. Con razón reivindicamos lo eficaz y lo práctico para la vida y no le faltan argumentos a Ortega en la solicitud de vitalizar la razón tanto como racionalizar la vida. Viene esto a cuento de la presencia de la Filosofóa en nuestro (y en cualquier otro) sistema educativo. Ni su etimología ni su historia justifican su pertinencia. O ella vale en la actualidad o mejor es su archivo como testimonio de una bella pero inatendible arqueología. No faltan quienes así la practican y así la enseñan. Pero los errores de muchos no despojan dé argumentos a un saber que consiste en el ejercicio libre y permanente de la razón para frontar la experiencia y reconsiderar el sentido del encadenamiento causal o azaroso del mundo, de la vida, para que pueda ser vivido por cada cual con pleno dominio de lo que le pasa y no dejarse así timar, ni por sí mismo, y poder vivir con razonable libertad.

En este empeño, las filosofías no son testimonio para conocer otro tiempo, sino condición para reflexionar el nuestro, sin perderse en la estrechez de su circunstancia ni en la banalidad de la ocurrencia. La filosofía no es asimilable a "conceptos Medievales" (sic), perverso sobrenombre apadrinado por alguna de nuestras autoridades ministeriales ¡Entendámonos de una vez sobre lo que son las cosas mismas! Y si para eso debemos estudiarlas, estudiémoslas porque la ignorancia, consentida no exime ni de responsabilidad ni de culpabilidad.

Hoy nuestra experiencia es más amplia, el consumo más alienante y los poderes de la tecnociencia más abrumadores. Por eso se hace más apremiante una creciente formación reflexiva que, si es obra de todas las asignaturas, a ello contribuyen de modo primordial las llamadas, humanidades. Esta es la previsión de la LOGSE en su preámbulo, fijándole al sistema educativo los objetivos de "conformar la identidad", que integre "conocimiento y valoración ética", "capacidad crítica"... y nada menos que teniendo a la vista un "horizonte común para Europa". Es el idilio de las buenas intenciones que se enmarañan ya en su articulado y que se asfixia con el trenzado de decretos y órdenes ministeriales que fijan programas y diseños curriculares. Toda la eficacia de los buenos propósitos se enreda en la transversalidad, en enseñanzas menores. Recordando a Heideger, en caminos que van a dar, unos a otros y no conducen a ningún lugar porque tampoco parten de ningún sitio.

Esto que digo no son palabras, sino profunda inquietud de muchos, filósofos o no, al ver que los responsables educativos no acaban de sacar las consecuencias del espíritu de la propia LOGSE. Y si desdichado es el sectarismo que convierte la filosofía en valimiento instrumental al servicio de 'idearios', no lo es menos su pulverización en la diseminación y la anécdota.

Convenzámonos: más ciencia y mayor progreso demandan un incremento en la responsabilidad, difícilmente disociable de la formación reflexiva. Tal como vamos, los alumnos, en el mejor de los casos, podrán saber algunas o muchas cosas, pero van siendo conducidos a no comprender ninguna. Por eso proponemos "otra reforma" de la Reforma que evite confundir crítica con capricho y reflexión con reminiscencia. Ella es posible, a medias, con un reajuste horario; lo sería por entero con un bachillerato de tres años sin quitar nada a la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). No se aleguen eurotestimonios porque estos confirman lo que proponemos sin mayores costos.

es decano de la facultad de Filosofía de la Universidad Complutense.

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