Una atalaya sobre la Gran Vía

Su felicidad mide 214 metros cuadrados. De sobra para cuatro personas: dos terrazas, siete habitaciones y dos balcones. Una atalaya situada en una última planta de la Gran Vía, que ofrece una de las más espectaculares panorámicas de Madrid. Todo un lujo, que al agente comercial Francisco Fernández, de 53 años, le costó en 1.987 cuatro millones (su precio tasado asciende a 42). En 1987 pagaban un alquiler de 18.000 pesetas. Demasiado poco para los herederos del dueño, que optaron por el dinero rápido y vendieron el inmueble. Desde entonces, Francisco y María se han gastado cinco millones en pulir su hogar. El rnatrimonio se mira satisfecho. Pero una mota les incordia la sonrisa. Son los yonquis, prostitutas y camellos del barrio. "¡Queremos más policía o que se cambien las leyes de una puta vez. Esa gente se mea y se caga por las calles!", brama Francisco, miembro del Movimiento Teresiano de Apostolado, al igual que su mujer y sus dos hijos universitarios.Esos seres escurridizos incluso han pisado su atalaya. Una mañana Francisco descubrió en la terraza dos latas de cerveza vacías. Se las habían bebido por la noche los intrusos, tras descolgarse del tejado. No ha sido el único robo que han sufrido. Y eso les irrita sobremanera. María señala desde la terraza de la finca las plazas y calles por las que correteaba sin miedo de pequeña. Ahora, dice ella, las pueblan prostitutas viejas, traficantes de droga enriquecidos. Desde arriba, se les ve diminutos.
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