El elegante saltimbanqui
A finales de 1983, tras haber sufrido la primera operación en la que se intentó reparar su maltrecho corazón, el elegante saltimbanqui apareció en público en un pequeño cine de Los Ángeles para someterse a las preguntas del público. Antes, se había proyectado Forajidos, de Robert Siodmak, el filme con el que debutó en 1946 y que le convirtió automáticamente en una estrella de las de entonces, es decir, las auténticas.Rondaba entonces los 70 años y había asumido espléndidamente su edad. Acababa de rodar uno de sus mejores papeles, el entrañable gánster de segunda fila, perdedor irredento, al que, cuando menos lo espera, le llega su gran oportunidad en Atlantic City. De la mano de Louis Malle y con la impagable compañía de Susan Sarandon, consiguió ser seleccionado para el Oscar al mejor actor.
El hombre que, acabada la proyección, apareció en el escenario mostraba una delgadez que delataba las huellas de la operación, pero, embutido en unos gastados vaqueros y una camiseta azul oscura, luciendo un descuidado bigote y una canosa perilla, provocó de inmediato una lluvia de piropos.
"No, no estoy en muy buena forma", respondió a unas mujeres de mediana edad que le preguntaban cómo hacía para conservarse de tan buen ver. "Sí, sí que lo estás", respondieron a coro varias féminas de la audiencia.
Ya no era entonces una estrella de Hollywood. Una gran parte de sus últimas películas fueron producciones europeas y ni siquiera había querido aprovechar el filón de la televisión como otros ilustres veteranos de su generación. Debía de ser por vergüenza.
No se daba mucha importancia este trapecista. que saltó de la carpa del circo a la gran pantalla. No valoraba ni más ni menos sus trabajos con los grandes directores europeos, como Visconti o Bertolucci, que los oscuros papeles que tuvo que interpretar cuando, en el antiguo régimen hollywoodiense, estaba bajo contrato de algún estudio. Todo en él era natural.
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