Polémico Nobel
LAS BIOGRAFÍAS de los hombres sólo son lineales en la mala literatura. Por eso, a todo horror o gloria que a alguien se otorgue puede responderse con reservas, encono o pruebas de las sombras que toda vida esconde. Cuando el honor recae en hombres que han hecho la guerra, que han sufrido pero también han hecho sufrir, el galardón es inevitablemente polémico. Éste es el caso del Premio Nobel de la Paz otorgado ayer al primer ministro israelí, Isaac Rabin, a su ministro de Asuntos Exteriores, Simón Peres, y al líder palestino, Yasir Arafat.Un miembro del Comité Nobel hizo saber su disconformidad con el galardón de Arafat, a quien considera dirigente de una organización terrorista. Puede parecer un sarcasmo que el premio de la paz se conceda a alguien que gusta presentarse con pistola al cinto y cuya fama va unida a algunos atentados de extrema crueldad (Múnich, 1972) contra víctimas inocentes y que colaboró en décadas pasadas con algunos de los más detestables dictadores.
El primer galardonado fue el fundador de la Cruz Roja, y entre los premiados posteriores figuran héroes de los derechos humanos y la causa de la paz tan admirables- como Albert Schweitzer, Martin Luther K¡ng o la madre Teresa de Calcuta. Pero también políticos que cuando lo creyeron necesario recurrieron a la fuerza de las armas, como Theodore Roosevelt o el propio Rabin. En los últimos años ha habido varios precedentes en la concesión del premio a parejas de políticos que representaban causas enfrentadas violentamente, pero que en un momento dado acertaron a encontrar salidas pacíficas: Kissinger-Le Duc Tho, en 1973, dos años antes del final de la guerra de Vietnam; Begin-Sadat, en 1978, y De Klerk-Mandela, el año pasado.
En todos estos casos el premio se otorgaba no a las trayectorias vitales, muchas de ellas controvertidas, sino al tesón y a la capacidad de estos hombres por superar las barreras del odio y encontrar un interés común en restablecer la paz y el diálogo entre dos pueblos enfrentados. Haber odiado, haber matado u ordenado matar no los hace diferentes de millones de seres humanos. Vencer al odio para acabar con la lógica de la muerte es lo que los hace dignos de admiración. No son vidas ejemplares lo que se premia, sino un gran acto de grandeza, un trascendente gesto de humanidad. Visto así, y aunque a alguno le duela, el premio a los protagonistas del proyecto de reconciliación en Oriente Próximo tiene mucha coherencia.
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