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Mohamed despertó en la Edad Media

Los chabolistas de Peña Grande se resisten a dormir en tiendas tras el incendio

Jan Martínez Ahrens

Mohamed se despertó ayer en la Edad Media. Y lo hizo, entre moscas y un sol de látigo, en el asentamiento de Peña Grande, ubicado en la capital que acogió los fastos del Fondo Monetario Internacional. Así las cosas, Mohamed, que nació allá por 1964 en Tánger (Marruecos), sacó al amanecer la mirada por las rendijas de la chabola y vio lo que todos los días -esto es, basura, barro, ratas y mucho cable suelto-, sólo que esta vez un poco peor. Faltaba la mitad del poblado. La madrugada del lunes habían ardido por un cortocircuito 86 de los 192 chamizos que componían el sumidero en el que se arremolinan unos 800 magrebíes. El fuego, que dejó a 400 sin techo, destapó ante las narices de todos un plato que ninguna Administración quiere digerir.Una situación contra la que luchan las manos de carpintero de Mohamed, quien, casado y con tres hijos, se resiste a perder la dignidad tras haber perdido su chabola. Se trata de una postura que comparte con el resto de los afectados. Es un impulso que cuajó la noche del lunes, cuando se negaron a dormir en las dos tiendas de campaña que la Cruz Roja, a petición del Ayuntamiento, levantó sobre los escombros de sus sueños. Para los magrebíes, la medida resultó humillante. El suelo de las tiendas lo formaba tierra húmeda, ennegrecida. Y nadie, dicen, les dio mantas, comida, colchonetas. Nada, pese a que habían perdido todo.

El caso es que, antes de la medianoche, un inmigrante enfurecido cortó los correajes de las tiendas. Aquella noche, los magrebíes sin techo se repartieron por las chabolas que habían sobrevivido al fuego. También se apelotonaron en coches. Muchas madres, gracias a su trabajo de domésticas, se fueron a dormir con sus críos a casa de las señoras blancas.

Ayer, al despertar, Mohamed se reencontró con todos ellos y con la misma idea: conseguir una vivienda digna. Pero, a cambio, descubrió cómo el Ejército, rodeado por la Policía Municipal y cinco furgonetas de la Policía Nacional -nunca habían estado tan escoltados en el poblado-llevantaba seis grandes tiendas de campana. También se enteró de que el Ayuntamiento afirmaba que nadie quiere a los chabolistas en otros barrios y que fueron ellos quienes se negaron a aceptar comida, suelo, colchones y mantas -el argumento oficial sostiene que pidieron esas cosas en grupo, cuando sólo se dan "individualmente"-.

Nada nuevo para Mohamed y los suyos. "Pero ¿cómo quieren meter a mujeres, hombres y niños, unos encima de otros, en tiendas? No somos burros. ¿Acaso no tenemos derecho a tener intimidad? ¿Dónde vamos a orinar?", gritaban los inmigrantes. No les faltaba cierta fiereza, que a muchos les venía de un mal despertar, de un abrir los ojos en un cuartucho de tres metros cuadrados rodeado por otras 13 personas. De ver colarse el alba entre el frío de las rendijas de cartón. De peinarse ante un trozo de espejo rescatado del basurero. Algo que esta mañana habrá vivido de nuevo Mohamed, junto a su familia y la del matrimonio Said, en la chabola de su amiga la viuda Malika. Techos bajos y, por servicio, un agujero en el dormitorio. La Edad Media, otra vez.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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