_
_
_
_
Tribuna:ALARMA EN EL GOLFO
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Otra vez

La broma del pasado fin de semana ha sido la renovada presencia del Ejército iraquí en la frontera de Kuwait. En respuesta a esta nada despreciable amenaza del impredecible dictador de Bagdag, las Fuerzas Armadas de Kuwait han hecho lo que el chaval en el anuncio de los zumos de fruta: ponerse en primera línea, sacar pecho y llamar al primo, con lo que la fanfarronada de Sadam Husein ha sido parada en seco. Las lecciones aprendidas hace cuatro años han dictado la reacción de EE UU. La afición de Sadam Husein a lo que lo ingleses llaman brinkmanship, la habilidad de llevar las cosas al borde mismo del precipicio por comprobar hasta dónde llega la tolerancia del adversario a la provocación, acabó desencadenando la invasión iraquí en agosto de 1990.No está el horno para nuevas guerras. Porque, con las excepciones de la garantía del suministro del petróleo a Occidente y de la paz israelo-palestina, que no es poco, ninguno de los objetivos locales de la acción aliada contra Sadam se ha cumplido cabalmente. Ni ha perdurado el ilusionante nuevo Orden Internacional instituido entonces (aunque yo estaría dispuesto a defender algunas de sus consecuencias), ni han resultado democratizadas las monarquías del Golfo, ni se ha aligerado la suerte de los iraquíes.

Más información
Una tragedia para el pueblo iraquí

Antes al contrario, la suerte de los iraquíes ha empeorado notablemente en estos cuatro años. Por una parte, por efecto del embargo de Naciones Unidas y de la prohibición de ex portación de crudo iraquí -principal ganapán de Bagdag-; por otra, porque contrariamente a las falsas promesas de Sadam Husein, nada ha cambiado en aquel torturado país. Los iraquies comen cada vez menos y los -que osan protestar son someramente pasados por las armas. Un breve momento de firmeza aliada al final de la Tormenta del Desierto hizo que se concibiera la esperanza de que la suerte del pueblo kurdo en el norte de Irak llegaría a mejorar. Sadam incluso le. pro metió una cierta autonomía y, desde luego, libertades y reconocimiento de su identidad nacional. Pero eso hubiera -equivalido, por parte de Occidente, al reconocimiento de la existencia de una región kurda con parcelas de Turquía, de Siria, de Irán y. en cierto modo de la antigua Unión Soviética: un Kurdistán independiente y rico en petróleo. Si se suma el reconocimiento de libertades prometido por Sadam á Ios shiíes del sur del país, la nueva apertura habría supuesto la des membración de Irak con las consiguientes- repercusiones para la estabilidad de una zona ya gravemente amenazada por el integrismo iraní. Demasiado terremoto para un Occidente que apenas entonces empezaba a recuperarse de la conmoción causada por la caída de los muros. Concluida la guerra, los aliados decidieron dejar en paz a Sadam. Ello se debió, primero, a que la Tormenta del De sierto había sido concebida para de salojar a Sadam de Kuwait y no de Bagdad, y segundo, a la seguridad de que los enemigos interiores acabarían con él. Pero el dictador no tenía afecta da la tiranía interior: tras un peque ño bache, recuperó, el control sobre el país jugando al brinkmanship (como lo demuestran los sucesivos roces ha bidos con las comisiones de la ONU a la hora de la comprobación del des mantelamiento de su industria militar).

Y lo que es más,como buen poquerista, había guardado algunas cartas con las que jugar en el tablero político. De ahí su anuncio de que ha negociado con Rusia, Francia y China, su sugerencia de que ha captado su comprensión frente a la intolerancia anglosajona, y su declaración de que conserva algunas bazas políticas (su acepción del statu quo tras la guerra) a cambio de la relajación de las sanciones.

Eso, el creciente descontento del pueblo, y la presión de elementos radicales y por ende peligrosos de su Ejército, son los tres motivos que le han empujado a la nueva baladronada. De no haberse producido contestación alguna, la semana que viene habría ocupado la zona desmilitarizada, y, luego los puestos fronterizos, y luego una isla, y luego lo que se terciara. Sigue comprendiendo mal el funcionamiento de las mentes occidentales y, por consiguiente, cree que una nueva derrota militar volvería a no producir su desestabilización interior. Por eso es bueno que Clinton haya añadido la amenaza de que, si Sadam Husein reemprendiera una aventura militar contra Kuwait, el objetivo de EE UU, ahora, sería además el derrocamiento del régimen iraquí.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_