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Reportaje:

Así era Matritum

Viaje ficticio por Madrid en la época romana, a la luz de los últimos hallazgos arqueológicos

Antonio Jiménez Barca

. Imagínese que es el siglo II. Usted va montado con legítimo orgullo en su excelente yegua madrileño-romana (en todo el imperio eran famosas las yeguadas de Hispania, así como sus aurigas. Uno de los más famosos, incluso en Roma, era el por entonces fallecido Hermedote, natural de Valeria, Cuenca). Desde Titultia (ahora Titulcia), donde ha nacido una ciudad ya venida a menos en este tiempo, aunque no sin importancia, se dirige a Secovia (Segovia). Es el otoño y quiere saber, como todo terrateniente responsable de la época, qué pasa con sus vides. Acompañado por un administrador y un par de esclavos -a los que conoce casi desde niño- se ha puesto en marcha. Tiene dos posibilidades: ir por la vía número XXV del itinerario de Antonino (tan importante como una autovía actual) o por una carretera lateral.

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Si elige el primero de los caminos, una nacional proveniente de Emérita Augusta (Mérida) y con destino Caesar Augusta (Zaragoza), pasará por Complutum (Alcalá de Henares). Imagínese que llega a Complutum a eso de las doce del mediodía: a sus pies, y en un día luminoso, aunque frío, se extiende una localidad moderna de unos 5.000 habitantes (ahora tiene 164.140), de viviendas lujosísimas, de calles amplias y limpias, con alcantarillado, fuentes, pozos, un foro en fase, de construcción... La segunda en importancia de toda la Meseta Sur, después de Toledo. En el cerro del Viso todavía se emplaza la antigua ciudad ibera; pero ya casi nadie vive ahí. Casi abandonada, es refugio de gente muy pobre que no ha encontrado nada en la nueva ciudad.

Al atravesar Complutum se asombrará al ver un animal extraño y desconocido hasta entonces. Si es usted de natural curioso, y en un siglo de novedades como éste, puede preguntar e informarse: se trata de un mamífero al que llaman camello, traído de África, y del que los vecinos madrileño-romanos se sirven para las labores del campo debido a que es singularmente fuerte y resistente.

El madroncillo

Después de comer -tal vez en casa de algún amigo terrateniente como usted, o de un colega de los collegia (algo así como los actuales clubes ingleses)- decide proseguir la ruta. Coge un desvío a la general, la vía denominada "del esparto". El paisaje por toda la vega del Jarama es una sucesión de villas -construcciones rústicas romanas-, tierras de labor (en especial trigo y avena) y zonas trufadas de almendros, granados, otro tipo de frutales y olivos. Al llegar a lo que hoy es la Puerta de Alcalá encontraría tierras de monte bajo, retamas, alguna encina. Para bromear con la servidumbre puede ofrecerles el fruto de los madroños que encuentre (ahora ya no los hay): el madroncillo, bastante insípido por otra parte.

Pero se va haciendo de noche, y en las villas que halla a su paso nadie quiere alojarle. Hace frío, y no es cuestión de esperar el amanecer a la intemperie: usted es un caballero y, además, en el territorio boscoso que le rodea" ahora abundan los jabalíes, los osos -mucho. cuidado- y los ciervos.

Tranquilo. Consulte el mapa, es decir, el itinerario de Antonino, que usted lleva en una tablilla, o en un vaso de plata o de bronce para refrescarse en las fuentes en la calzada. Allí lleva apuntadas las mansios (posadas) y las ciudades por las que va a pasar. Comprueba con satisfacción que hay cerca un lugar para cobijarse: en el itinerario se lee: "Miaccurn". Es una mansio, un hostal de carretera, situado al lado del arroyo Meaques, en un bosque que 18 siglos después todos llamarán Casa de Campo.

Según se aproxima, observa un conjunto de edificios: pajares, graneros, caballerizas, corrales, incluso un huerto. Sobresale, entre todos, uno pintado de rojo: la posada en sí misma. El color, precisamente, le distingue como, lugar público.

Jergones con pulgas

Los denarios de plata de que dispone (los billetes de 10.000 de la época) le permiten dormir en una habitación particular. Un lujo, porque la mayoría de los comer-ciantes o agricultores que se alojan en Miaccum lo hace en dependencias comunes y yacen en jergones sucios y viejos, taladrados por las pulgas.

Antes de dormir, una visita a las termas (algo parecido a un baño turco actual, con agua fría y caliente), y la cena: un huevo cocido, legumbres, un plato de garbanzos cocidos con leche y queso y algo de carne, sobre todo de caza. De postre, una granada. Como todo hispanorromano, da más importancia a la cena que a la comida. Y todo regado con un vino resinoso de la región, mezclado con agua y miel. (El vino sin mezcla es para gente del pueblo, proclive a emborracharse fácilmente). Usted no; usted ha estudiado en Titultia con un preceptor griego y, más tarde, en Complutum: derecho, retórica... Tras la cena. se sienta al lado de otros comerciantes y discuten de lo que comenta la mayoría de la gente: de deporte y de, política.

Como cualquier terrateniente de la época, y más si es adinerado, formaría parte de las autoridades municipales de la ciudad, en su caso de Titultia. Concretamente, usted es un magistrado encargado de los trabajos públicos (ahora le llamarían concejal de urbanismo). En el fondo, el cargo no le da más que quebraderos de cabeza: la acometida de aguas es demasiado antigua; las aceras, siempre estropeadas; hay que reparar los edificios públicos, y todo con su dinero. Eso sí, a cambio de un prestigio cada vez menor y de algunas ventajas: información privilegiada sobre algunos negocios públicos y cosas por el estilo. Pero lo que verdaderamente le interesa ahora es Roma. Allí gobierna un hispanorromano, procedente de la Hispania Bética: Trajano que no es el que usted y sus correligionarios de la Hispania Citerior, con capital en Tarraco (Tarragona), hubieran querido. Mejor hubiera sido Cornelio Nigrino, al que pagaron su costosa carrera política para luego quedarse como simple general en Roma. Por eso, seguramente, usted y sus amigos comentarán, con pesadumbre, que les tienen abandonados, que si el centralismo y todo eso... Aún tendrán que esperar 200 años para que en Roma haya un emperador de la región: Teodosio, natural de Secovia.

Para no desesperarse, buscan otros temas de conversación más esperanzadores. Las carreras de caballos, por ejemplo. El suyo, el que ha participado en muchas carreras, que ha ganado algunas y cuyo retrato en un mosaico adorna una de sus habitaciones, se llama Tagonius. Como es costumbre, le ha puesto el nombre de un río o de un viento, de algo veloz. Y el río que pasa por su ciudad se llama Tagonius (ahora, Tajuña).

Actores en el camino

Amanece, y sus servidores le despiertan. Tras un desayuno fuerte se pone de nuevo en marcha. Las vides esperan. Por el camino se cruzan campesinos que acuden a pie para Complutum a vender parte de la cosecha, buhoneros con toda la mercancía a cuestas viajeros en carruajes o caballos. Le llama la atención un grupo de gente con el pelo verde: son actores de segunda categoría que van de ciudad en ciudad y actúan por unas pocas monedas.

El paisaje ha ido variando según se interna en la sierra: menos villas, menos tierras de cultivo, un bosque salpicado de pastos, donde haraganean ovejas o cabras.

Y por fin, Secovia. Unas grandes piedras mal puestas le reciben. Y se dice a sí mismo que, a pesar de todo, Trajano está haciendo algo por la región Citerior, pues han empezado ya a construir allí un acueducto. Y piensa en la seguridad de un imperio que no parece tener fin, seguro como una roca.

Nadie puede sospechar que 600 años después unos tipos que creían en otros dioses llegarían del sur de la tierra conocida y que muy cerca de donde usted durmió aquella noche, en Miaccum, fundarían ya una verdadera ciudad, a la que llamaron Magerit, que en árabe, su idioma, quiere decir "Iugar de viajes de agua" (canalizaciones subterráneas naturales). Pero ahí empieza otra historia.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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