El úItimo filme de Kurosawa abre la Semana de la Crítica en Sitges
Madadayo, el último filme del maestro japonés Akira Kurosawa, inauguró ayer la Semana de la Crítica, la sección más interesante de cuantas componen este año la programación del Festival de Sitges (Barcelona). Nacida la pasada edición como refuerzo a un género que, como el fantástico, sufre frecuentes altibajos de calidad en sus productos, esta sección ha sido diseñada en esta ocasión por un jurado internacional de críticos. Los filmes poco o nada tienen que ver con el género en el que Sitges es especialista: el de Kurosawa, por ejemplo, es una prístina, en ocasiones ceremoniosa celebración de la vida que huye, el testamento fílmico realista de un hombre de cine que, pasada hace ya mucho la frontera de los 80 años, sabe que tiene poco tiempo para comunicarse con su público.
Nada es más sintomático de la pluralidad del festival como la comparación entre el filme del veterano realizador japonés y del que tuvo el privilegio de abrir, el pasado viernes, la presente edición del festival, un banal catálogo de efectos especiales que responde por La Máscara y que el público español tendrá el dudoso gusto de conocer el próximo mes de noviembre. El de Chuck Russell es un tebeo animado contemporáneo, nacido de otro tebeo inanimado anterior y deudor en gran medida de la inspiración del gran dibujante Tex Avery. Lo único que se propone el filme, cuyo guión, por ejemplo, es de una estulticia sideral, es experimentar con las nuevas fronteras expresivas que se le abren al cine a partir del uso masivo de técnicas mixtas de ordenador y animación; pero bien poco más.
El filme pide adhesión
Lo de Kurosawa, como es lógico, es otra cosa. Madadayo cuenta, en un arco temporal que abarca desde la segunda guerra mundial hasta entrados los años sesenta, la historia de un viejo profesor de alemán desde que se retira de la docencia hasta que cumple los 77 años. El eje del filme, por otra parte de un clasicismo fuera de toda sospecha, es la relación del anciano con un grupo, de ex alumnos que, a lo largo de los años, lo visita en las sucesivas casa que el ex docente habita. Sus conversaciones, en ocasiones extraordinariamente banales, van. pautando también los cambios que la sociedad japonesa experimenta desde la dura posguerra la prosperidad de los sesenta.Tal vez sea una cuestión de pulso vital de su realizador, que dota al filme de un tempo narrativo voluntariamente reposado, pero lo cierto es que Madadayo exige en ocasiones no ya una extrema atención del espectador, sino una adhesión que no siempre logra despertar. No obstante, la limpidez de sus imágenes, su consecuente mensaje humanista y la constatación de que estamos tal vez ante la última película del maestro -el final, por ejemplo, es de una inequívoca voluntad de clausurar toda una obra, con una sencillez y una hondura admirable-, terminan dotando a la película de un aura casi mágica.
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