La contabilidad de los muertos
Ruego que algún lector culto me diga quién fue el ilustre español que confesó en su lecho de muerte un terrible pecado: "¡Me carga el Dante!". Pues a mi me carga el Fondo Monetario Internacional, no porque esa institución no escriba hermosas piezas económicas, ni porque sean malos los consejos que nos da para escapar del infierno y alcanzar el paraíso, sino porque me aburre tener que repetir lo obvio, que por verdadero ya cansa. ¡Viva la ortodoxia del mercado y pasemos a otra cosa!En mis años mozos gocé de las lecciones del más rogelio de mis maestros, el indio Amartya Sen. Era de izquierdas, pero ¡qué profesor! Sus lecciones de matemáticas aplicadas al bienestar social duraban dos horas sin respiro alguno, pero nuestra atención se mantenía fija en el verbo del iconoclasta brahman. Pronto se publica en español su nuevo libro, Un nuevo examen de la desigualdad, en el que presenta muchas ideas esotéricas pero alguna sensata. La más convincente es su propuesta de que se emplee como un indicador del bienestar social otras dimensiones aparte del ingreso per cápita, como la esperanza de vida, o las capacidades de consumo de las distintas clases sociales.
Hoy quiero emplear un indicador muy burdo para indicar muy aproximadamente el malestar social que es la cantidad de personas que sufren muerte violenta en los distintos sistemas políticos. Mis enemigos (que son escasos en número, lo que resulta un excelente indicador de mi angélico carácter) recuerdan un artículo mío titulado "¡De rodillas, infelices!" en el que contabilizaba la mortandad violenta en los imperios soviético y nazi bajo Stalin y Htlier. El libro del que obtuve las cifras también acaba de publicarse en español: se trata de Hitler y Stalin, de Allan Bullock. Es cierto que Stalin estuvo más tiempo en el poder y que no le inspiró el credo racista que hizo más detestable la crueldad de Hitler. Pero el hecho es que Stalin en su Gulag hizo matar a más personas que Hitler: el antiguo seminarista eslavo envió al otro mundo a 16 millones de sus propios súbditos, especialmente campesinos, cosacos, intelectuales, y veteranos de la guerra de España; mientras que el fracasado. artista del pincel austriaco destruyó a seis millones de judíos más otros dos entre gitanos, rusos, polacos, y socialistas y comunistas alemanes.
La base del progreso de los conocimientos y la moral es el reconocimiento de los errores. Aún estoy esperando las declaraciones de personas tan superiores y bien habladas como los señores Vázquez Montalbán y Anguita, reconociendo que los asesinatos de Stalin no fueron casualidad, sino una consecuencia necesaria del sistema de la dictadura del proletariado. También se cuentan por millones los asesinados por los Khmer rouges en Camboya y por los comunistas chinos en la época de Mao Zedong y la Banda de los Cuatro. En la Cuba de Fidel Castro, que tiene el mejor sistema de salud pública del mundo, muere gente de toda clase de epidemias, pero no lo sabemos, gracias a que el Comandante ha combatido patrióticamente las intrusiones de las cadenas de televisión y agencias de prensa yanquis. Fíjense cuán grande es el poder de convicción de nuestro barbado gallego de honor, que ha hecho creer al mundo que Cuba sufre un bloqueo comercial total, cuando podría comerciar libremente con todo el mundo excepto con EE UU, si tuviera algo que vender.
Mi contabilidad de los muertos me lleva a defender al presidente Clinton cuando todo el mundo le ataca por haber organizado la invasión de Haití con el apoyo político de la mayoría de los Estados americanos. No sabemos cuántas personas han caído a manos de la Junta que está en el poder en la media isla a la que Colón bautizó Española. Sabemos que Papá Doc y su hijo Doc Junior dejaron un reguero de sangre, pero aún no hay cifras fidedignas. Cuando emerja la verdad quedará reivindicado el empeño del presidente americano.
Entre tanto, que se retuerzan de furia los que apoyaron a dictadores sangrientos y no quieren reconocer su error.
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