Queda Jerez

El teatro flamenco plantea problemas de no fácil solución. El primero de todos, integrar el cante, el baile y el toque en la acción dramática. Aquí esto se halla bien resuelto, lo que falla es la historia, tópica, convencional, sin interés: una especie de Romeo y Julieta gitanos. Por suerte, lo flamenco gana al relato y acaba imponiendo su ley. Porque Jerez es casi siempre un valor seguro de lo jondo, y aquí lo tenemos en estado químicamente puro.

Manuel Morao se ha rodeado de gente con un marchamo de verdad que trasciende su propia presencia escénica. El cante de Rubichi, Ripoll y Joselito de Lebrija es esa clase de cante que va derramando el aroma de su cuna, su blasón de nobleza. impresionante todo lo que hizo Rubichi en cantes a palo seco y por siguiriyas; sobrecogedora la saeta. Ripoll y Joselito dieron a las soleares su mayor esplendor.

El baile tuvo otra presencia lebrijana de gran fuerza, Concha Vargas, quien en este tipo de obras encuentra la libertad que necesita para su inspiración. Y el joven Antonio el Pipa ha accedido ya al dominio de un arte para el que sin duda nació.