Demasiado perfecto para ser soportable
Presumen de ser el país más limpio del mundo, pero como la naturaleza humana no parece diferir de forma sustancial en razón de las fronteras, ponen coto a las debilidades a base de multas. Las elevadas sanciones por tirar papeles al suelo (unas 80.000 pesetas) se completaron hace apenas dos años con la prohibición de mascar chicle, bajo amenaza de tener que pagar 500 dólares singapureños (unas 40.000 pesetas, casi el doble del sueldo mensual de un obrero).Si dos paquetes de chicle constituyen la dosis máxima que se les permite introducir en Singapur a los extranjeros, no es de extrañar que la tenencia de más de 15 gramos de heroína esté penada con la muerte. Aun así, son los castigos corporales los que han provocado un mayor repudio por parte de la comunidad internacional. Los azotes con una vara de bambú acompañan con frecuencia a las penas privativas de libertad y las sanciones económicas. Este castigo, que es aplicado por un experto en artes marciales, no debe confundirse con los típicos regletazos de profesor. La vara se humedece para que no se parta y suele dejar marcas permanentes en el trasero.
Este panorama es la otra cara de la moneda de un espectacular desarrollo económico, que ha puesto a Singapur entre los países con mayor crecimiento del mundo en apenas 30 años de independencia. Pero no ha habido una evolución paralela en el terreno político.
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