Una brisa vertical
Solo condenación merece la memoria de quienes, al paso taimado de los tiempos desarbolaron esta ciudad nuestra. Un siglo de regar asfalto en las afueras, desahuciando establos y extrañando ovejas para plantar suburbios. Fue quizá el patrón la ciudad de Nueva York, con la diferencia de que Manhattan está rodeado de agua, y Central Park es una chimenea adosada para pugnar la contaminación. Lo demás, ya lo sabemos, es cemento, hierro, aluminio y cristal. Madrid apenas cuenta con un Retiro polvoriento, una Casa de Campo desertizada; la Dehesa de la Villa, erial de alcornoques y encinas malogradas. Y esa avanzada del parque del Oeste que adivina, desde el Viaducto, la vistillas de la sierra.Quedan tenues aristocráticas venas en la piel de ciertos barrios como Argüelles, Salamanca, Chamberí, Chamartín..., ruas y vías donde aún parecen mantenerse vivos unos árboles que se entreverán y enraman con sus parientes en la acera de los pares. Los automóviles desfoliaron las anchas arterias, los holgados bulevares en cuyos flancos sobreviven tercos plátanos, acacias o castaños.
No siempre el tiempo pasado fue mejor. Al derrumbarse el vasto y sorpresivo imperio, la errada capital fue motejada de ciudad del polvo y de la muerte. Algo rebrotó con la prosperidad finisecular precedente, cuando tan poco importaba la pérdida de remotas colonias que nadie quiso defender ni conocer siquiera, y se repatriaron las fortunas de los indianos y los especuladores. A semejanza del nuevo París alzaron petulantes palacetes, con el estilo de los hoteles particulares. Al repasar viejas ilustraciones enciclopédicas se observa poco verdor en los madriles: los. paseos del Prado, la Castellana, el ancho y breve trazo de los bulevares laberínticos y conchambroso corazón de la ciudad.
Pudo hacerse algo nuevo y hermoso, cuando el terreno apenas valía para sostener un hatajo de cabras: el proyecto de Arturo Soria de una Ciudad Lineal. Conocí a un nieto del mismo nombre; vivió con estrecheces, resguardado en un espíritu malicioso y burlón. Hablaba de cómo truhanearon al abuelo que se propuso convertir la zona noroeste de Madrid en un espacio racional superando el concepto de la periferia londinense: calle ancha de 50 metros, larga hasta donde se quiera; casas unifamiliares con jardín delante y huerta posterior. En Londres hay cientos de miles de viviendas cuyos dueños cultivan el cuadrilátero alfombrado de un césped que riegan, cortan, miman y, si la ocasión requiere, entierran a las víctimas de la insania homicida, insular y sajona. Así, pero en mucho mejor.
España nos la queman y si no hay remedio, en el centro donde vivimos ondeará alguna palmera del Jardín Botánico y la flor amarilla de los cactus espolvoreada por el viento que llegue de los antiguos bosques abrasados. Es urgente y de primera necesidad cuidar la arboleda a punto de perderse. Durante los atroces calores del verano, un perro que me conoce y yo recorríamos, en el tardío anochecer, estas calles en las que, por puro milagro, continúan erguidos algunos árboles que nadie riega, y vierten, entre el heroico sobrevivir de su follaje, un soplo de frescura vertical.
¿En qué párrafo, qué línea pedagógica incita al niño para que sienta amistad hacia los árboles? Digámosle a. los tiernos y desdeñosos herederos que también están vivos y tienen sed, sangre, savia, sudor, jugo, y sombra liberal y desinteresada que hasta del olmo herido por el rayo brota el- prodigio de una rama verdecida. Es posible que nos miren sin curiosidad y continúen sus táctiles pulgares oprimiendo la sensible tecla del último gameboy o como demonios se llamen.
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