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Entrevista:

"Me han hecho luz de gas durante 15 meses"

Unas declaraciones de la ministra de Cultura Carmen Alborch, hechas de madrugada en un encuentro de galeristas en Lanzarote en las que anunciaba un cambio de política en el museo, y una respuesta de María Corral vagamente descalificatoria, han sido la última chispa de un enfrentamiento que duraba desde que Alborch se hizo cargo de la cartera de Cultura hace 15 meses. Pese a todo, a Corral le duele que se malinterpreten sus declaraciones. "Yo no hice ningún comentario frívolo", asegura; lo que hice, de una forma ingenua, fue repetir lo que la ministra me dijo por teléfono, es decir, que no había buscado nunca a nadie para sustituirme, y que, bueno, que entendiese que los periodistas estaban muy aburridos, que la cogieron a las tres de la mañana y que era una cosa absolutamente informal y que estaban tirándole de la lengua todo ese tiempo".Pregunta. ¿No cree que esto ha sido una trampa?

Respuesta. Llevo sufriendo durante 15 meses una luz de gas total. Algunas veces parece que hubiera vuelto a revivir alguna película de Hitchcock.

P. ¿Cómo se siente ahora tras haber sido destituida?

R. Por una parte, liberada. Esta noche he dormido maravillosamente.

P. ¿No cree que hay una cierta ingenuidad suya en todo este embrollo?

R. Bueno, sí, soy muy ingenua porque soy una persona muy poco intrigante. A mí me parece que hay maneras mucho más fáciles de acabar con una situación que no a base de estar machacando a una persona durante meses para luego acabar sustituyéndola. Hay una clarísima necesidad, una evidente voluntad de que yo no inaugurara ni la exposición de Dalí, que es una muestra que ha organizado el Reina Sofía y que se ha hecho primero en Londres y luego en Nueva York y que ahora viene a Madrid, ni la del surrealismo español, ni tampoco Cocido y crudo, que va a ser la exposición más importante que se ha hecho sobre la situación del arte actual y las implicaciones que el Tercer Mundo tiene en el primero.

P. Parece que su destitución responde a razones políticas. Usted ya no representa el modelo de cultura subvencionada que ahora se puede vender electoralmente.

R. He visto dos veces a la ministra en los 15 meses en que he trabajado bajo su gestión. El 2 de agosto de 1993 y después hasta el 28 de diciembre. Por último la vi la tercera vez el martes pasado por la mañana. En diciembre le llevé el programa de este año, aprobado por el patronato, las líneas de adquisiciones, y la ministra me dijo que le parecía magnífico; le pregunté si pensaba que debíamos cambiar algo, reforzar alguna línea, en fin..., pero me dijo, no, no, me parece todo absolutamente perfecto. Por los periódicos me he enterado ahora que la línea de la ministra era la promoción del arte español. Si yo eso lo hubiese sabido cuando la nombraron, me hubiese marchado, porque yo creo que la promoción del arte actual, y del arte actual español, no la debe hacer nunca un museo; un museo tiene que informar tiene que enseñar, pero promocionar nunca. La promoción me parece perfecto que la haga ella desde el Ministerio de Cultura, como la está haciendo: ahora mismo se acaba, de gastar casi 200 millones de pesetas en comprar a galerías comerciales españolas. Me parece perfecto que ella compre a las galerías, que haga una política de subvencionar a las galerías, pero el Reina Sofía es otra cosa, es un museo, y los museos están para otras cosas que subvencionar el arte español. Esta supuesta política, además, nunca se nos ha comunicado ni a mí ni al patronato. Por otro lado, durante este último año he podido comprobar que hay una serie de galerías que son las que están siempre opinando sobre lo que deben hacer los museos, y esto no pasa en ninguna parte del mundo. Lo que tampoco podía sospechar es que, desde el ministerio, los criterios que se siguiesen fuesen los de las galerías privadas. Yo pensaba que realmente el tema era de mucha más envergadura. A mí, ese tipo de cosas me han ido sorprendiendo a lo largo del año.

P. ¿Cuál es su opinión sobre la gestión cultural pública?

R. Como especialista en arte nacional e internacional, lo que me encantaría, por el bien de la cultura, es que las instituciones culturales deberían estar al margen de las vicisitudes, amiguismos y compromisos políticos. Mientras que eso no sea así, la continuidad en una labor o la posibilidad de hacer algo serio no será posible. Las políticas culturales están por encima de las vicisitudes políticas. Esto es algo que en el futuro deberá replantearse.

P. ¿Qué piensa sobre la polémica entre realismo e informalismo, o sobre la valoración de las vanguardias?

R. Yo dije que no sólo España, sino toda Europa, estaba en un momento bastante conservador. Un ejemplo claro es lo que pasó con la exposición de Matisse en el Pompidou; que fue utilizada para decir que Matisse era un artista estupendo y que Duchamp era una broma y que no era un artista. Yo dije que no me parecía serio lo que estaba pasando, que en estos momentos uno no se puede cuestionar que Duchamp ha sido un artista fundamental en este siglo, hay que cuestionarse si es una buena o una mala exposición de Duchamp, y también puse el ejemplo de Beuys.

P. ¿Pero no es cierto que, de una manera genérica, usted se ha decantado de una manera clara en defensa de la vanguardia?

R. Bueno, a mí no me importan las discusiones serias. See puede discutir casi todo, lo que me preocupa es la banalización perpetua que se da en este país. Para mí, la cultura en la España franquista ha sido casi una militancia. He tenido que militar para poder ir al Instituto Alemán y asistir a una conferencia y saber algo de filosofía, y al italiano para poder ver cine, y al Instituto Nacional de Previsión para oír y ver a Stockhausen. Entonces la cultura era una militancia. Lo que me molesta no es la discusión, sino la banalización, y ahora todo se banaliza. A mí me encanta divertirme, bailar, discutir, soy una persona divertida, pero creo que esto no implica frivolizar sobre ciertas cosas; a lo mejor aún me choca cuando oigo banalizar sobre ciertas cosas.

P. ¿Qué consejos daría a su sucesor?

R. Yo estoy muy satisfecha de lo que he hecho en estos años. Cuando llegué, esta institución estaba absolutamente cargada de deudas. En aquel momento no había ni un solo museo de todo el mundo que quisiera prestar nada al Reina Sofía. El desprestigio era total. Los primeros meses, la preocupación de toda la gente que trabajamos aquí fue recuperar la credibilidad. El equipo administrativo económico ha sufrido tanto que nos preocupamos todos en intentar explicar que la gente iba a cobrar, en recuperar el crédito intemacional. Otra cosa importante que creo que he hecho en el museo es crear una estructura, cosa inexistente cuando llegué. Creo quea hora dejo una estructura más parecida a la de un museo normal. He sustituido la estructura piramidal por unos departamentos muy fuertes y autónomos, y he conseguido que el nivel de esas personas, que son funcionarios, fuera alto, dentro de los niveles de la Administración. Tienen que tener autonomía, tomar sus propias decisiones y hacer sus propuestas. No es que de arriba venga ya todo dicho sobre lo que hay que hacer, sino que ahora es posible que desde abajo lleguen propuestas. El museo ha funcionado como un equipo, y eso es importante y quiero recalcarlo. También he intentado que no existiera esa división tan grande entre la administración, la economía y lo artístico, por que no es verdad. Los administradores tienen que entender los problemas específicos del mundo del arte, deben saber que no se puede tratar igual que si estuvieran dirigiendo una empresa. Y ahora esto funciona muy bien. Toda la gente que trabaja en exposiciones se preocupa de los transportes y de los seguros, y se pelea por el dinero, por que el transporte sea más barato y mejor, por que el seguro tenga la prima más baja. Se pelean a muerte, y ya somos famosos entre todas las empresas del ramo.

P. Cuando nombran a una profesional del mundo del arte como ministra de Cultura, a diferencia de Jorge Semprún o Jordi Solé Tura, ¿qué esperanzas genera en usted?

R. Yo creí que iba a ser un apoyo para el museo, ya que la política del IVAM [el museo que dirigía Alborch] de hacer dos exposiciones españolas al año y el resto internacional, la mayoría adquirida a otros museos, me parecía correcta. Pensé precisamente que era una persona que podría entender las dificultades que conlleva dirigir un museo como éste con una Administración pública. Pensaba que íbamos a colaborar, muy bien. Luego me di cuenta de que yo no era del círculo de los amigos que la habían aupado a ser ministra y yo lo único que he hecho ha sido intentar, como profesional, llevar esto fuera de la política, no hacer caso cada mañana cuando veía. en la prensa el nombre de otra persona, llegar al museo como si no fuese así, e intentar que la gente trabajase y que el museo siguiese adelante, independiente de los vaivenes políticos. Es lo único que he intentado, y creo que lo he conseguido.

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