Contra el historicismo
Con el final de la larga vida de Karl Popper termina una obra filosófica que ha tenido una influencia extraordinaria en la primera mitad del siglo.Durante la primera parte de su vida Popper dedicó sus energías a la confrontación intelectual con sus amigos, los filósofos positivistas del Círculo de Viena, a los que por otra parte admiraba. Pero, mientras los positivistas condenaban como sinsentidos la metafísica y, en general, todos los enunciados cuya verdad o falsedad no pudiera determinarse empíricamente, Popper pensaba que lo importante es distinguir o demarcar la ciencia de la pseudociencia, o incluso las otras actividades respetables -como la metafísica o la ética-. Su famoso criterio de falsabilidad establece que sólo son científicas las teorías cuyas consecuencias puedan refutarse empíricamente, y con él se puede diferenciar claramente teorías como las de Newton o Einstein, de pseudo-ciencias como la astrología, el materialismo histórico o el psicoanálisis, que consiguen "explicar" a posteriori cualquier cosa que ocurra, pero que no predicen nada rigurosamente y no son, por tanto, refutables. Y las reglas del método científico que Popper recomendaba conducen a proponer teorías que hagan predicciones atrevidas, contrastarlas severamente con la experiencia y rechazarlas si ésta las refuta. La observación y el experimento no pueden nunca probar la verdad de una teoría científica -Popper rechazaba el principio de inducción- pero sí pueden refutarla, probar su falsedad. El progreso científico consiste en rechazar teorías equivocadas e ir encontrando y quedándose con las supervivientes, que se aproximan más a la verdad.
La última parte de su obra en filosofía de la ciencia estuvo dirigida a combatir a la nueva ola de filósofos escépticos y relativistas respecto a la ciencia. Ese combate ha hecho ver a las generaciones actuales su parentesco ("aire de familia"), con sus anteriores oponentes los positivistas de Viena, en su racionalismo y cientificismo comunes. Hoy día la filosofía de la ciencia de Popper aparece claramente inadecuada, aunque todavía no se haya consagrado un nuevo consenso en este campo. Por una parte, si los científicos hubieran aplicado su riguroso método de rechazar las teorías que chocan alguna vez con la experiencia, ninguna teoría habría sobrevivido, pues todas ellas tuvieron y tienen anomalías. En segundo lugar no son las teorías aisladas las que se confrontan con la experiencia -como en el esquema arbitrario de Popper- sino el conjunto de toda la construcción teórica. Por último, al rechazar el inductismo como hace Popper, no hay manera de sostener que las teorías mejor corroboradas son las que se aproximan más a la verdad y este es un fracaso definitivo para un realista.
Aunque la filosofía de la ciencia de Popper -con todo su enorme interés- haya sido superada, quizá permanezca más su filosofia política. En La sociedad abierta y sus enemigos (1945), hizo una disección demoledora de las tendencias totalitarias, implícitas o explícitas en el pensamiento de Platón, Hegel y Marx. Y en su Miseria del historicismo (1957) refutó formalmente esta tendencia tan dominante en el pensamiento occidental, con un argumento que me parece indiscutible: cómo el conocimiento desempeña un papel decisivo y creciente en nuestra sociedad y el progreso del conocimiento es impredecible. De ahí dedujo un liberalismo que sólo es conservador para los totalitarios o para quienes no le conocen de primera mano: Popper cree que hay que hacer experimentos sociales -al contrario que su compatriota Hayek-, pero que sean reversibles sin demasiados traumas sociales, si resultan fallidos.
Babelia
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